domingo, febrero 12, 2017

Alejandro Muñoz Fernández



Cuesta escribir esto. Siento mucho tener que escribir que Alejandro Muñoz, el buen trashumante, el buen amigo, ya no está entre nosotros. Para mí, Oncala no será el mismo pueblo sin él. Cuando Leonor y yo nos propusimos escribir “La vida entre veredas” quisimos, además de homenajear a los trashumantes, enlazar Oncala con Jaén, mi lugar de nacimiento. Alejandro había hecho alguna vez ese trayecto, concretamente al cortijo Ateril de los cuernos, en Navas de San Juan, en el camino de Sierra Morena. Ahora mismo acabo de entrar en una página web que muestra una foto del cortijo. Hacen referencia a un ejemplar de la novela que Leonor y yo enviamos a Navas de San Juan y por una fracción de segundo, sin darme cuenta del porqué miraba esa página, he pensado, la imprimiré y se la llevaré a Alejandro.

Alejandro fue durante años trashumante, hijo de trashumante, y para aquellos que no les conocen, puedo decir que la mayoría de ellos son personas especiales y entre ellos, Alejandro, especial por excelencia. Se han forjado en ese ir y venir por cañadas, cordeles y veredas, portando la responsabilidad de cientos de cabezas de merinas, vidas en definitiva, su patrimonio andante. Están acostumbrados a ayudar y a ser ayudados, ese toma y daca que imprime el carácter de la generosidad de por vida. Así era Alejandro, generoso como María Jesús, su mujer, sufridora por las largas ausencias y después feliz, entre Oncala y Soria, con Alejandro a su lado.

Le recuerdo cuando presentamos la novela en Oncala. No la había leído y al hojearla se mostró muy contento por el nombre del protagonista, que no era otro que él mismo, aunque lo hubiéramos escondido tras el nombre de Pedro. Le gustó, porque era el nombre de su padre, de un hermano, de un sobrino... Todos los oncaleses se volcaron en la presentación, cocinaron migas, Alejandro el primero, pero también Fidel, Martín, todos. Hijos y nietos de trashumantes, y aunque ellos ya no lo sean, están impregnados de aquello que sus antepasados le transmitieron. Dureza y aventura. Dureza y responsabilidad.

Le recuerdo todas las veces que subíamos a Oncala, colaborando para que la llegada del rebaño, esa escenificación anual, fuera igual que cuando de verdad bajaban por las cañadas, o en tren desde San Francisco o el Cañuelo más tarde. Incansable, reviviendo todo aquello con ilusión. Y a María Jesús, embutiendo chorizos como hacía mientras Alejandro pasaba el invierno en el Sur.

Me parece que fue el año pasado cuando Alejandro y María Jesús hicieron un viaje a Extremadura, donde él había ido con sus ovejas durante muchos años. Me contaba ella que él reconocía todos los parajes, las tierras, las dehesas, el nombre, la extensión, la propiedad. Fue el último viaje, antes del definitivo, ese que todos hemos de recorrer.

Despedimos a Alejandro en Oncala, entre flores, niebla y nieve propias de febrero. Pese a ello, la hermosa iglesia de San Millán no pudo albergar a toda la buena gente de Tierras Altas que acudió a darle el último adiós. Llegaron desde Soria, de los pueblos de alrededor, todos conocían a Alejandro, todos se conocen entre ellos, como una gran familia. Los herederos de los caballeros trashumantes.

Ahora se abre un largo camino ante María Jesús, Pili, José Alejandro y Marta, es como una vereda llena de recuerdos que transmitirán al pequeño Rodrigo, el único nieto del matrimonio.