domingo, julio 24, 2016

¡¡Qué tristeza de izquierdas!!


Con la que está cayendo por el mundo, el teatro en el que actúan los políticos españoles tendría que tomarse como una ópera bufa. Pero con todo el respeto a las cientos de miles de personas que están sufriendo lo que difícilmente podremos imaginar por mucha empatía que tengamos (el que la tenga), con toda la pena por tantas muertes y tanto dolor, aquí y ahora, esa ópera bufa está impregnando tontamente nuestras conciencias, dejándonos incapaces para cualquier otra reivindicación que no sea la de reclamarles que hagan algo de una puñetera vez. Si no fuera por esa invalidez que provocan, es hasta bueno vivir sin el gobierno de estos incapaces, pero es peor el remedio que la enfermedad, puesto que estas comedias de Pergolesi ocupan más espacio en los medios, en todos los medios, que los consejos de ministros, las leyes que votan y revotan, para que muchas de ellas acaben muriendo sin haber empezado a cumplirse.

Dejó dicho el asesinado presidente de la Generalitat, Lluis Companys, que “lo malo de las izquierdas es que sólo estamos unidos mientras ustedes nos tienen en la cárcel”. Ustedes eran los fascistas rebeldes que le juzgaron o los nazis que le detuvieron en Francia, en fin, esa gentuza.

No será necesario que acudamos a los currículos de los señores diputados nacionales y demás, para saber que la mayoría de los miembros de partidos de derechas son abogados o economistas o abogados-economistas. Los de izquierdas, poetas, licenciados en Humanidades, y así. Eso quiere decir muchas cosas, pero a simple vista unas formaciones sirven para rozar la legalidad en asuntos de chanchullos y las otras para elevar el pensamiento, desmenuzarlo y analizarlo hasta la extenuación. Habrá que reconocer, desde un punto de vista pragmático, que la formación de los derechistas es mucho más eficaz a la hora de, monolíticos ellos, unidos por sentimientos que van más allá de la Poesía y la Literatura, llegar hacia donde quieren y hacerlo en auténtica manada.

Mientras las izquierdas, como ya apuntó Companys, se pierden en disquisiciones filosóficas, la derecha no tiene nada más que hacer que frotarse las manos y esperar. O sea, no es que Rajoy sea un político vago, es que está esperando que los otros se vayan tirando a la cabeza divagaciones, constituciones, separatismos, digresiones y demás, y ya, agotados, hagan lo que mejor saben hacer, mostrarse incapaces para llegar a acuerdos. Dicen que las matemáticas no mienten, y si se suman los votos de izquierdistas y gente que parece ser progresista, podría haber un gobierno de ese cariz. Pero no, la izquierda ha demostrado ser absolutamente ineficaz para llegar a acuerdos. Y en esa izquierda tengo en cuenta, naturalmente, a un partido que fue respetado durante muchos años, como el PSOE, y que ha llegado a día de hoy a una incapacidad nacional tal, que merece, o un cambio radical, o su desaparición. Dirigido por un Pedro Sánchez de metro noventa, sólo eso, sabedor de su altura, sin más carisma ni empatía que la otorgada por la vara de medir, que se pasea balanceándose como si fuera el rey del mambo, si nada lo cambia (y espero y deseo que sí), va a quedar como reducto de abuelos cebolletas tipo Felipe González, el rey de las puertas giratorias.

Haced el puñetero favor de uniros para que haya un gobierno de izquierdas. Utopía donde las haya, no hay que olvidar que hasta la guerra civil se perdió por esa incapacidad de las izquierdas para llegar a pactos y vencer a los otros. Ni en aquellos trágicos momentos que todavía colean, fueron capaces de ponerse de acuerdo. ¡¡Qué tristeza!!

2 comentarios:

Manuel de Soria dijo...

Poco que añadir. Es algo tradicional, o viejo, que está en el ADN de la izquierda: lo de filosofar de si son galgos o podencos, o churras o merinas con el resultado de salir mordidos o trasquilados. Una vez, y otra, y otra... hasta el infinito. Y parecía que esta vez lo tenían más facíl con tanta mordida del contrario, pero...

Anónimo dijo...

También podría tratarse de averiguar quien es más tozudo o burro. Recuerdo una película en la que un baturro le decía al tren que se apartara porque él no pensaba moverse.