viernes, febrero 26, 2016

¡¡Felicidades otiñeros!!



 Foto de Agustín Garzón Martínez, sacada de facebook.
Secretos vericuetos, fragosidades del alma, no se sabe por dónde se cuelan un trozo de tierra, una nube siempre distinta, un río que fluye sin detenerse, o unas rocas magníficas esas sí, siempre las mismas, y somos capaces de sentir como algo nuestro, algo en lo más profundo de nuestro ser, una aldea donde vivieron nuestros antepasados. Resulta ser algo así como un misterio.

Paul Eluard le escribía a la pérfida Gala que es el recuerdo de los momentos más sencillos y los más desprovistos de esplendor los que prueban la imposibilidad de destruir el amor. Los recuerdos sencillos me llegaron de mi madre, y desde que ella no está, tiendo a conservarlos como un homenaje a aquella mujer capaz de transmitirme cómo encendía el cigarro al abuelo ciego con una ascua moviéndola sin cesar. Ese misterio de sentir Otíñar (Otiña siempre en boca de mi madre), como algo mío, puede ser que se explique desde el hecho de saber que allí fui concebida hace sesenta y cuatro años. Y estando, como ha estado Otíñar siempre dentro de mí, no fue hasta pasado el medio siglo de mi vida cuando en compañía de mi hija (como ya he escrito más de una vez) decidí ver la aldea desde dentro y no desde el monumento a Carlos III, donde mis tíos me llevaban cuando era pequeña.

Lavadero del Covarrón. Foto Julia Sutil, sacada de facebook.


Y allí busqué, una vez traspasada una alambrada que pronto desaparecerá, entre los escombros de una aldea con categoría de villa desde su fundación, entre las ruinas propiciadas por manos inmisericordes deseosas de borrar la vida y las pequeñas historias (esas que conforman la Historia) cuál podría ser la lumbre baja donde mi madre buscaba la ascua; ante qué imagen colocada sobre algunas de las vacías hornacinas, habría sido bautizada en plena guerra civil por mi bisabuela Juliana Sabariego, mi prima Carmen Soler mientras mi tía-abuela Espiritusanto cantaba el Avemaría; buscaba la tienda de mi tío-abuelo Juan “el cojo”, la panadería de la tía Serafina.

Por eso hoy, cuando Juan Carlos Roldán (seguramente familia mía también), me ha escrito un mensaje diciendo que el Ayuntamiento de Jaén había aprobado la inscripción en el inventario municipal del castillo de Otíñar, los caminos, la plaza y las calles que conforman la antigua aldea, he sentido una inmensa alegría. Algo de todos los otiñeros les ha sido, muchos años después, devuelto.

Claro que no ha sido sin esfuerzo. Tengo a mi derecha setenta folios que han costado mucho tiempo, mucho trabajo, muchos sinsabores y, tal ven también, mucho dinero, a la plataforma “Por Otíñar y su entorno”. Todo, para deshacer un entuerto malintencionado llevado a cabo mucho antes de la aniquilación de la aldea, un agravio que llevó a poner puertas al campo, rejas a los ríos, y a apropiarse de caminos públicos. Y todo esto desde el primer tercio del siglo XIX.

Ahora, como se indica en el informe del ingeniero de Montes, pasará a la titularidad municipal la fortaleza y antigua villa de Otíñar, los caminos de Jaén a Campillo de Arenas, de los Arrieros, de Los Villares a La Guardia, de Los Villares a Otíñar, a Otíñar, de las Alcandoras, de la Cañada del Castillo, y del Campillo. Además de la plaza, calle de don Jacinto Cañada, y calle del Ejido de Santa Cristina, de la aldea de Santa Cristina (Otiña para los otiñeros).





La aldea. Foto Julia Sutil, sacada de facebook.


Es decir, que cuando se vuelva a subir a la aldea no nos dejaremos la mitad de los pantalones en la alambrada y nadie impedirá que busquemos, entre los escombros, el remache de un cazillo, un trozo de herradura, o una tira de albarca que todavía mantendrá los restos del ADN de un otiñero.

Y, sobre todo, sentados sobre cualquier piedra, podremos imaginar a las mozas con los cántaros en busca de agua, o hacer una hoguera en el centro para quemar las malas intenciones, el caciquismo, los señoríos y todo aquello que ha mantenido durante demasiados años a este país acogotado. Y todo ello a ritmo de melenchones.

Como cuando escribo lo hago solamente de la villa-aldea, he de aclarar aquí y ahora, que el conjunto de El Otíñar, en la Sierra Sur de Jaén, a unos catorce kilómetros de la capital, es un compendio de Prehistoria e Historia. Desde el Neolítico hasta la fundación de lo que se llamó aldea de Santa Cristina (Otiña), sus habitantes han dejado su impronta en forma de pinturas rupestres y otros yacimientos. El castillo de Otíñar, del siglo XIII, sigue enriscado y vigilante en el viejo camino que iba a Granada. Carlos III, en el Mirador del Vítor, tiene dedicado un monumento, erigido al “padre de sus pueblos”, por haber acondicionado el camino de Jaén a Otíñar. Este monarca mandó construir muchas de las hermosas fuentes en la capital, donde el agua abunda como en pocos lugares.

jueves, febrero 18, 2016

Los viejos periodistas en la SER

De un tiempo a esta parte procuro estar en casa cuando los martes, en la SER, dan voz a unos periodistas que han dado en llamar “viejos”, no por la edad, si no por la sabiduría que desprenden. No recuerdo el nombre de todos, pero sí de Cruz Vergara y Luis Miguel Largo, a quienes me une una relación más estrecha que al resto, creo que son Latorre y recientemente se ha incorporado Roberto Ortega. Disculpas si son más y mi consideración hacia ellos igualmente. Y, por supuesto, al moderador, Chema Díez.

Hoy, por ejemplo, día 16, han estado hablando de la despoblación, y he escuchado los razonamientos y comentarios más lógicos sobre este tema, tan serio, tan sangrante y tan preocupante de la toda la provincia de Soria, incluida la capital.

Mientras cocinaba todo aquello que le gusta a mi gente, para congelarlo y no estar todo los días entre fogones, y me bebía una buena copa (por lo grande) de vino de Castillejo de Robledo, Silentium, escuchaba muchos y buenos argumentos sobre el tema de la despoblación y me he parado en seco cuando alguno de ellos ha destacado la importancia de la actitud de los sorianos ante este hecho, para decirlo más claramente, la culpa, término o palabreja que no me gusta mucho por aquello que de pequeños nos inculcaron sobre la culpa teológica.

Cuando yo dije -o escribí, no recuerdo- algo semejante, en el año 1989, me cayó la del pulpo en un pueblo del Campo de Gómara. La conclusión de aquella rociada fue ¿Por qué los hijos de las periodistas pueden estudiar fuera y los de los campesinos no? No habían entendido nada. Ni yo era periodista (tenía las manos peladas de cocinar), ni mi hijo primogénito estaba estudiando, si no subido ya, a los dieciséis años, con su padre en un andamio. Los otros dos eran adolescentes.

Pues es así que, siguiendo la inveterada costumbre del mundo rural, del dicho convertido en axioma, aquí nos conocemos todos, más otro que también se repite cuantos menos seamos a más tocamos se deducen los silogismos filosófico-rurales sin más base que la pura inventiva.

Pues sí, periodistas, los propios sorianos son la tercera pata del banco. Pero insisto en el motivo de esta entrada en el blog: es un gustazo escuchar a personas que saben de lo que
hablan, que conocen la realidad soriana desde sus raíces, que no practican el periodismo de salón, que están aquí, vamos, en Soria. Conocer, ese es el único secreto y cuando las cosas se tienen claras, las palabras salen solas. O como diría mi amigo Frías: rem tene verba sequentur.