miércoles, diciembre 12, 2012

No han dejado títere con cabeza



Estoy segura de que a ningún dirigente político le gusta lo que está pasando en España, tampoco a los miembros del Partido Popular excepto, como ya dejó patente, a Andrea Fabra, y alguno más, supongo, porque mala gente hay en todos sitios. Tampoco quiero caer en demagogias, ni soy tan necia como para pensar que otro partido lo haría todo perfectamente bien, porque las cosas están como están y parece ser que la alegría, algo cateta, de pertenecer a Europa con todas las consecuencias se está volviendo amargura.  Que la culpa de lo que está sucediendo la tiene ese capitalismo salvaje que casi nadie entiende, porque es intangible, visible sólo en pantallitas y en salas donde la gente grita más que en la subasta de pescado, con la diferencia de que en esta última, al acabar, se lleva uno a casa una buena caja de sardinas o de lubinas, según el bolsillo de cada cual, es un hecho indiscutible. Un capitalismo cabrón heredado de Well Street y copiado, no a la Europa cañí, si no a la Europa del Norte, que para esto tienen mucha vista.
Dicho esto se entiende que la capacidad de maniobra de cada país en esta Europa que padecemos como antes padecíamos a los yanquis –a quienes acabaremos añorando- es poca. Pero dentro de esos límites empeñados en ser cada vez más constreñidores gracias a frau Merkel y otros, hay una cierta capacidad de maniobrar.
Cuando el Partido Popular accedió al poder por la vía de las urnas, naturalmente, sabía lo de la herencia recibida, que la recibió, pero el Partido Socialista, a su vez, había recibido la suya, que no era precisamente una perita en dulce, gracias a la insoportable ascensión durante años de un sector como el inmobiliario aliado con la banca, que son, los dos juntos y en mancomunidad, los que en realidad han llevado a este país a la bancarrota y a un endeudamiento general y particular insoportable. Esto lo sabía, como lo sabíamos casi todos, por lo tanto ¿cómo justificar las promesas electorales de un Rajoy que era consciente de que no iba a poder cumplir ni una? Cuando hace ya más de treinta años Tierno Galván dijo que las promesas electorales se hacían para ser incumplidas, era otra época, era otro personaje, y era una sociedad que estrenaba democracia y a la que le hacía gracia estas salidas de tono del alcalde de Madrid. Ahora, en la tremenda situación que los españoles estamos viviendo, el incumplimiento tajante del señor Rajoy sienta como una patada en determinadas partes.
Dentro de la capacidad de maniobra que este partido, o cualquier otro, tiene para ejercer sus funciones con una espada de Damocles europea encima, y otra del capitalismo salvaje en el mismísimo trasero, el gobierno del señor Rajoy ha optado por maniobrar de una forma y manera que le está enterrando políticamente. O somos tontos y no entendemos el mensaje, porque ese correo que me envió un amigo diciendo “da gusto ver cómo se suicida el capital”, no acabo de entenderlo. El capital no se suicida, o se le mata bien muerto, o nos jode a todos. O sea, que no entiendo la política de Rajoy, que hace bueno aquello que se dice de los gallegos cuando te los cruzas en una escalera, que no se sabe si suben o bajan.
No ha dejado títere con cabeza. Ha incumplido, con holgura, todas y cada una de las promesas electorales, y ha conseguido lo que nunca ningún político había logrado, ponerse en contra a todos los sectores de la sociedad. Justicia en pleno (la Justicia será sólo para quien pueda pagársela). Sanidad en pleno (la salud para quien tenga pasta). Educación (las universidades para los ricos). Servicios Sociales (los ancianos, minusválidos y demás, que se cuiden solos y se compren las prótesis o se apañen, vamos). Pensionistas (esto ya sin comentarios). Todos y cada uno de los funcionarios de todas y cada una de las administraciones. Y como de pasada nombraré a Cultura, Paradores, Organizaciones varias, porque entiendo que en épocas de crisis, algún sector ha de salir perjudicado.
He dicho que no ha dejado títere con cabeza, y no es cierto. Hay sectores que han hecho bueno el refrán popular de a río revuelto ganancia de pescadores, y son los de siempre: defraudadores, banqueros, y ricos en general. Aún así, las cuentas no salen. Como en toda sociedad capitalista, los ricos son pocos y los pobres muchos, y por ahora, en democracia, vale igual un voto que otro. Para ellos, y sólo para ellos, se está legislando. Son pocos, insisto. El sector más numeroso es el de los promotores inmobiliarios que se han visto beneficiados durante muchos años, que ahora están relativamente cabreados, cabreo que se les pasará en cuanto vuelvan a ser mimados, y mientras eso llega están viviendo del dinero negro acumulado en años de bonanza, bien haya sido blanqueado, o bien se encuentre en armarios secretos. No descubro nada si digo que todos y cada uno de los pisos, locales y demás productos vendidos durante muchos años se han cobrado parte en negro, parte en blanco. Un hecho que nadie ha denunciado formalmente nunca, pese a que los compradores han sido, en muchos casos, funcionarios. Cuando he comentado esto con alguno de ellos, la respuesta ha sido que así estaba la cosa, y si no se hacía así, no vendían. ¿Puede alguien entender esto?
Sumando a estos con banqueros, bancarios que no hayan sido fulminados, y chorizos varios, como los corruptos, que van a la cárcel pero no devuelven el dinero, la cuenta de votos no sale. A lo que es necesario añadir los ricos que se marcharán con sus dineros a otros países, véase si no el ejemplo de Santiago Calatrava, por dar sólo el más reciente, que después de sembrar la costa Mediterránea, y otros lugares, con sus esperpentos, se larga posiblemente a algún paraíso fiscal.
No sale, señor Rajoy. Debería usted reflexionar un poco y, dejando aparte la obligación de todo dirigente de gobernar, en especial, para los más necesitados, entre ellos los currantes capaces de fabricar, por ejemplo, un carro, o un coche, y no lucecitas en pantallas en la sede de la Bolsa, también por la propia visión de futuro. Que son sus votantes, señor mío. O eso, o explíquenos qué hay detrás de todo esto. ¿Ha leído usted El contrato social, de Rousseau? Pues eso.




domingo, noviembre 11, 2012

El bosque, esa casa común



Fotos: Leonor Lahoz Goig 
Cascajosa (Soria)

Quienes vivimos en zonas rurales nos hemos acostumbrado al monte, como lo hemos hecho al sol y a la luna, no tanto los urbanitas, que lo vislumbran como algo exótico a donde poder acudir de vez en cuando. Y sin embargo, tanto para unos como para los otros, el monte es tan fundamental como el sol y el agua. En Soria, cuando se han dado cuatro zancadas para salir de la capital en cualquier dirección, nos encontramos con el monte, y los sorianos, desde siempre, y pese a haberse acostumbrado a él como algo que forma parte de sus vidas y de sus haciendas, saben muy bien el valor de esos espacios que ocupan casi trescientas cuarenta mil hectáreas de su término.
Y digo de sus haciendas, porque más allá de la agricultura y de la ganadería –que también- ha sido en el monte, con técnicas de silvicultura o sin ellas, donde han encontrado los recursos necesarios para el día a día, para vivir, en definitiva.
Esos espacios exóticos para los urbanitas –en algunas capitales han de coger número como en las carnicerías para pasar unas horas entre los árboles- han producido, en el mundo rural, casi todo en lo que se ha basado su economía. Para empezar la leña, directamente cortada de las ramas de los árboles y llevada a la estufa o a la lumbre baja, o bien en forma de cisco o de carbón, actividad esta del cisco, que todavía, cada año, rememoran en Las Cuevas de Soria, y que siguen llevándola a cabo cisqueros que fueron, lo cual indica que hasta hace unos treinta años la gente se calentaba de esta forma.
Directamente derivado de la madera, árboles enteros eran manufacturados en sierras de agua, también sobre los ríos que descienden por los montes, para construir, troncos o maderas que, a través de los ríos, los primeros, y transportados por las carretas las segundas, recorrían primero las Castillas y después toda España. Los carreteros pasaban una parte de su vida por los caminos y la otra en el bosque, porque además de transportar, trabajaban la madera, ellos y sus mujeres, y hacían gamellas, gamellones, y otros utensilios que vendían en mercados de los grandes pueblos, sobre todo de Soria y Burgos. Y elaboraban la pez con gran esfuerzo, que servía, especialmente, para calafatear las embarcaciones.

El monte, los montes, fueron hasta bien mediado el siglo XX, espacios donde coincidían rebaños de trashumantes en ruta hacia las dehesas de invierno, o de vuelta a los pastos sorianos. Rebaños de cabras que limpiaban el monte, de ovejas semiestabuladas, y de reses vacunas para carne. Fueron los montes, y siguen siéndolo, el hábitat de las abejas. En su subsuelo crece la trufa, de sus laderas se conseguía la piedra y el barro para hacer los utensilios, tanto para los trabajos como para la vida familiar. Se hacían hornos para extraer la cal. Durante muchos años, los pinos se mostraban con macetas de barro donde, gotas a gota, se dejaba caer la resina.
En la actualidad, la caza y la pesca, que también se da en los montes, ha quedado relegada a actividad deportiva, pero no olvidemos que sirvió de base a la aportación proteínica en el mundo rural. De paso, se iban recolectando frutos de la tierra, hongos, setas, espárragos, collejas, té de risco, manzanilla, o las bellotas que dejaban los animales.
Directamente, los habitantes de zonas boscosas de pinares, han recibido lo que se denomina aprovechamientos forestales (no sé si en la actualidad esta cantidad será muy significativa), pero en tiempos tuvo mucha importancia. Esto provocó a veces enfrentamientos sobre cómo acometer la tala de pinos, si entresaca o matarrasa, y aumentó la necesidad de cuidar el monte como algo propio, que lo era realmente, aunque en honor a la verdad, y en general, los sorianos, hayan o no recibido directamente dinero contante y sonante del bosque, lo han cuidado como si de su propia casa se tratara. Recuerdo un reportaje a nivel nacional donde se ponía como ejemplo la zona de Pinares de Soria-Burgos, en cuanto a su gestión y a su cuidado, que daba como fruto la casi ausencia de incendios.

De todas aquellas viejas y venerables actividades, todavía, en Soria, quedan algunas. La manufactura de la madera, la recolección de la trufa, la importante industria melera, la caza y la pesca, parece que se vuelve la vista a la extracción de la resina, el pasto para animales. Otras están perdidas, o sólo se las recuerda en programaciones de carácter etnográfico.
Pues bien, este hábitat de todos, se ve ahora amenazado, en especial uno de los recursos que les quedan a los sorianos, o sea, la recolección de setas y hongos, especialmente el níscalo.
Y no porque las autoridades competentes dejen de empeñarse en proteger los montes y el fruto de ellos llegado el otoño, que lo hacen, en épocas pasadas incluso demasiado, plantado pinos por las sierras del Norte y cargándose los pastos. Hay que reconocer que se empeñan, aquí y ahora, en proteger el bosque. Y los sorianos y residentes también, porque sabemos el valor que tiene, lo conocemos y todo aquello que se conoce o se ama o se odia, y el monte se ama. Es difícil que los sorianos desobedezcamos la orden de no encender fuego, difícil también que ocupemos, sin previa autorización, los refugios, o que acampemos donde nos plazca, aunque en este caso se haga el juego a la empresa privada. Si vamos con comida y bebida, llevamos una bolsa donde depositar los restos para no dejar los bosques empuercados. Si vamos a buscar hongos, o la seta que sea, previamente hemos pagado los cuarenta euros por temporada, o los cinco por dos días. Recolectamos la seta con mimo, por supuesto, no pasamos el rastrillo, y vamos enseñando a nuestros niños, como antes nos enseñaron a nosotros, cómo se hacen las cosas, y qué no debe hacerse. Todo en general y para la mayoría, que cafres hay en todos los sitios.

La amenaza a uno de los pocos recursos que van quedando en Soria, llega de la mano y la poca conciencia y la poca educación de aquellos que no conocen, ni aman, ni sienten el monte como suyo, y que además, como auténticos vándalos, entran en casa ajena sin ningún tacto ni vergüenza, a destrozar todo lo que se ha conservado durante siglos y siglos, a destruir el trabajo de generaciones. Y me da igual que sean del Este que del Oeste, también me la bufa el color, la religión y el sexo. La ley es la ley y su desconocimiento no implica que dejan de cumplirla. No me refiero sólo a ley publicada en el BOE, sino a aquella más fuerte que las otras, la de las costumbres de un pueblo y, cómo no, la del sentido común.
Por eso, porque no se puede destruir en diez años lo que ha costado mil y ya no volvería a recomponerse nunca, hay que apoyar todas las acciones que se lleven a cabo para acabar con esta barbarie, venga de donde venga, sin complejos. Ayer me decía mi hija que algunos restaurantes pagan a grupos de vándalos (con perdón de los vándalos, es una forma de hablar) para que les lleven todos los hongos posibles. Pues a ellos habrá también que aplicarles la ley, que para eso está.





domingo, septiembre 02, 2012

Miguel Hernández, o la dignidad de Josefina Manresa


Cuando a Miguel Hernández Gilabert le murieron en la enfermería de la cárcel de Alicante, tenía 31 años, una edad a la que ahora, los padres todavía siguen viendo a los hijos como cachorritos, y ellos, los hijos, se dejan querer, algunos sin haber dado todavía un palo al agua, o sin tiempo para haber acabado una mínima formación profesional.
A esa edad Miguel Hernández había tenido tiempo de cuidar el rebaño de cabras de su padre, mientras a ratos acudía al colegio, y el resto lo ocupaba en empaparse de los clásicos. Le había cundido la vida para posicionarse al lado de la derecha católica imperante en Orihuela (Alicante), ya tocando a Murcia, para convulsionarse en Madrid, tomar partido decidido por el pueblo, irse a las trincheras, recorrer las cárceles de España (se las recorrieron), padecer consejos de guerra, y morir, a los 31 años, en una prisión, comido por la tuberculosis.
En medio de todo ello, y en lo intelectual, dejó una obra que para ellos quisieran muchos divinos y muchos exquisitos minoritarios, en cuanto a volumen, no a los contenidos, métricas, estructuras…, los exquisitos y los divinos han pasado siempre de Miguel Hernández y su poesía para los de abajo. No le consideraron a la altura, Hernández no hacía introducciones ni intercalaba palabras en el idioma del poeta o filósofo del gusto del momento, inglés, francés, alemán. A Hernández, los poemas le salían con facilidad, porque cuando las cosas se tienen claras, el verbo fluye fácil. Y él llevaba dentro la poesía, una vez fuera sólo era cuestión de afinarla. No fue poeta a la fuerza, no quería torturar las palabras, ni la construcción, para hacerlas ininteligibles, él quería que le entendiera todo aquel que llegara a su obra, el pueblo, él escribía para el pueblo.
Después de él, dos poetas, Blas de Otero y Gabriel Celaya, hicieron lo propio, escribieron poesía para el pueblo:
Maldigo la poesía concebida como un lujo
actual por los neutrales
que, lavándose las manos, se desentienden y evaden.
Maldigo la poesía de quien no toma partido
hasta mancharse.
Escribió Gabriel Celaya.

Y Blas de Otero:
Quiero escribir de día.
De cara al hombre que no sabe
leer,
y ver que no escribo en balde.

En tan pocos años de vida tuvo tiempo para comprometerse en la guerra civil, pero en las trincheras, alguna bala llegó a rasgarle la chaqueta, que seguramente sería de pana, mientras otros poetas e intelectuales, y sus mujeres, confiscaban palacios donde organizaban fiestas y se disfrazaban.
Después, ya en las prisiones, como dicen sus biografías, y los recuerdos de Josefina, su mujer, nadie, salvo Vicente Aleixandre, se batió el cobre por él. Alguna gestión de Cossío, para quien había trabajado un tiempo en la Enciclopedia de los Toros, y poco más. A Lorca lo habían asesinado, no sabemos hasta dónde hubiera llegado, lo que sí sabemos es que las relaciones no fueron muy buenas, a pesar de los esfuerzos del de Orihuela por mantenerlas más intensas. No olvidemos que Lorca, mi querido Lorca, pertenecía a la burguesía granadina, aunque se involucró con la República, y era un exquisito más.
Tampoco los que quedaban de la Generación del 98 se implicaron, eran republicanos pero no querían pringarse a favor del obrero, y Hernández lo era. Recuerdo la carta escrita por Fernández Almagro y el comentario de Ortega y Gasset, siempre por encima del bien y del mal, sobre la muerte de Lorca, terrible, publicada en su día por La Razón, y comentada en este blog.
En lo personal, a Miguel Hernández también le cundió la vida, pero sólo en un sentido, Josefina Manresa y los dos hijos engendrados en tan corto tiempo de convivencia, una muerto a los diez meses y el otro antes de alcanzar los cincuenta. Al parecer la única alegría extrajosefina fue Maruja Mallo. Entendible en un hombre joven, recién llegado de su pueblo, con una novia que, siguiendo la usanza de la época, no le dejaba ni libar la flor de su mejilla. Su relación con Josefina Manresa fue corta y terrible. Ella tenía 25 años cuando enviudó, 21 cuando se casó con él, y de ellos, salvo algunos meses que tal vez todos juntos no llegarían al año, los pasó pensando en que su marido podría morir en cualquier momento, como así fue.
¿Por qué se esperó para editar la obra poética completa hasta el año 1976? Unos dicen que fueron motivos familiares, y soterradamente apuntan a la viuda, quien, como ella cuenta en sus recuerdos, sencilla pero discretamente, se vio expoliada en varias ocasiones al prestar documentos inéditos y fotos de su marido, que nunca le fueron devueltos y sí publicados sin, no ya su consentimiento, sino sin tan siquiera avisarle.
¿Se puede culpar a Josefina Manresa de algo? Baste leer, no ya sus recuerdos, de los que podría opinarse que son, como lo son naturalmente, subjetivos, sino cualquier manifestación de sus más cercanos, para saber que la vida de esta mujer ha sido un auténtico calvario, sin que nadie moviera nunca un dedo para aliviarlo. Vio morir a su padre a manos de unos milicianos, cuando ella tendría poco más de veinte años. A los veinticinco había muerto su primer hijo y su marido. Después todo fue hambre y trabajo, muchísimo trabajo, pues era la mayor de varios hermanos y no contaban con nada, absolutamente nada que no fuera el trabajo bestial de ella y los hermanos conforme iban creciendo. Y para colmo, cuando tal vez habría salido en parte de su mísera vida, en cuanto a lo material, el único hijo que le quedaba de Miguel Hernández murió de repente, a los 47 años. Tres años después, tras padecer un cáncer de mama, falleció ella. Se llegó a decir que Josefina era analfabeta. Puede ser que no fuera muy letrada, y a su marido no le diera tiempo de pulirla intelectualmente, si es que eso hubiera sido necesario, que lo dudo. Lo fundamental, pese a ello, lo hizo muy bien. De sufrimiento y dignidad, sabía mucho, y su vida fue un ejemplo de recato, modestia y discreción. No se puede pedir más.
De la obra de Miguel Hernández no se ocupó nadie en tantos años, porque no vendía lo suficiente, sobre todo su biografía. Se le ocurrió nacer en Orihuela en lugar de hacerlo en países exóticos o en ciudades capitales de movida intelectual de la época. De Hernández sólo era vendible su poesía, no su vida. Ese hombre con cara de patata recién arrancada, como le apodó cariñosamente –supongo- un poeta de la época, cuyo nombre no recuerdo, no perseguía jovencitos, no era dipsómano, no tenía amantes de relumbrón, ni tendencias suicidas, ni pasaba de su familia. Y eso no vende. Tampoco vende que su mujer se le muriera toda la vida, y toda su muerte, de casta y de sencilla.
Durante años en este país –ahora ni eso- vendían las vidas y la obra de exquisitos y minoritarios, y vendían porque los encargados de publicar, y los de autorizar las publicaciones, querían dar a conocer a un público sediento de algo, de cultura de la que fuera, unas vidas y unas obras que les sacaran de la sordidez de los años de posguerra y ligera apertura después, y ello no se hubiera conseguido mostrando a enfermos de tuberculosis que cantaban al pueblo, por encima de todo, y que habían luchado en las trincheras y no en las embajadas.
Todo lo anterior viene por la noticia aparecida el pasado mes de agosto, sobre el traslado del legado de Miguel Hernández a Jaén y Quesada (donde nació Josefina), de lo cual, como jiennense por tres costados, me alegro profundamente, y celebro también que sus Aceituneros pase a ser la letra del himno de Jaén. Hace años publiqué una entrada en este blog donde describía cómo recorrí los lugares jiennenses de Miguel y Josefina, uno de ellos, justo enfrente de donde viví varios años, la casa de mis abuelos, en la calle Llana, y donde se tomó la fotografía en la que el poeta enseña a su mujer a escribir a máquina. Otro Jabalcuz, lugar también de mi infancia, donde acudíamos en los calores del verano “a tomar el fresco” en familia.
A tenor de esta noticia, y curioseando por Internet, he leído que, al parecer, los problemas de la familia Hernández –Lucía Izquierdo, su nuera, y dos nietos- con los actuales depositarios del legado, podrían ser de tipo económico, aventurando alguna cifra.
Si esto fuera cierto, es para que a los depositarios, y de paso a mucha gente más, se les cayera la cara de pura vergüenza. ¿Es que setenta años después, los descendientes del grandísimo poeta Miguel Hernández han de estar todavía mendigando?
La familia está en su derecho de hacer lo que le de la real gana, puesto que nadie les ha apoyado, pero que no pidan que borren el expediente carcelario y la condena a pena de muerte primero, y treinta años después, que quede para la posteridad y que todas las generaciones sepan qué fue y qué supuso la guerra civil, la injusticia y la crueldad con la que los franquistas trataron a este hombre de una pieza. Y todavía, a día de hoy, la familia del poeta ha de caminar con el legado a cuestas porque en este país se maltrata a los intelectuales y todavía queda mucho cainismo.

viernes, julio 13, 2012

De casta le viene a la galga


La exclamación ¡que se jodan! es la manifestación más retrógrada, más insultante, más desgraciada, que se ha escuchado en un parlamento, con el agravante de que ha salido de boca –y de las entrañas- de una representante del pueblo que cobra, y muy bien, de todos esos que ella desea que se pudran, se fastidien, se jodan, se revuelquen en el paro, en la indigencia. Es la más absoluta muestra de lo que es, significa, y ha significado, esta casta de putrefactos que debería ser barrida, ya, de la faz de este país. Es propio de la más rancia burguesía hecha a base de pelotazos, es el desprecio más ruin hacia un colectivo, el más abundante, de personas que luchan por encontrar un empleo para sacar a su familia adelante, algo que ella no tendrá en la vida necesidad de hacer. Tampoco, nunca, jamás, podrá jactarse de poseer la dignidad del colectivo de parados, ni la de los mineros, ni la de los trabajadores de este país, ni esas, ni ninguna otra dignidad, porque la exclamación desde su sillón, a precio de joya persa para todos esos colectivos que lo sufragan, es lo más indigno que ha sucedido hasta ahora –y ya es decir- en este país.
Se llama Andrea Fabra, es la hija de Carlos Fabra, el de Castellón, quien esta noche reirá las gracias de su retoño. Con eso está dicho todo, pero si es necesario añadir algo, con mirar su foto, y la de su padre, es suficiente.

jueves, julio 05, 2012

Diálogo entre el poder y el no poder


Desde que el homo erectus, allá por el Pleistoceno, se hizo tal, ha sido siempre lo mismo, y han transcurrido como un millón de años, cien mil arriba, cien mil abajo, que con esto de los años, en cuanto van más allá del imperio de los de la escritura cuneiforme, pasa como con los euros en cuanto empiezan a añadirle ceros a los millones.
Quiero decir que de siempre, hasta hoy mismo, el poderoso es el rico, el amo, y el resto es plebe, vulgo, morralla, siervos de la gleba, cuando no gentuza. El sistema a emplear para someter ha cambiado, naturalmente. Antes se usaba el látigo para levantar pirámides, o canales, o lo que hiciera falta. Lo de abrir las aguas con una varita es cosa de Moisés, el resto, o sea todo, era a fuerza bruta, es decir, fuerza de esclavo, de niños yunteros. Eso del látigo duró hasta hace cuatro días. Concretamente, y para España, hasta el siglo XIX, gracias a los Güell, que llegaron a emparentar con los Comillas, esos –unos y otros- a quienes el Borbón Alfonso XIII concedió títulos, claro que no porque hubieran sido negreros, pecadillos al fin y al cabo, sino por otros ejercicios más saludables como ser mecenas de Gaudí, o regalarle el palacete de Pedralbes, al Borbón.
Desde que el mundo es mundo, cuando el esclavo, o el pobre, o el siervo, han intentado levantar un poco la cabeza, allí han estado desde el Papa hasta el noble del escalón más inferior, pasando naturalmente por los reyes, para darles con el látigo en la espalda o con la pala en la testa. Los romanos, dado el elevado número de esclavos y sometidos, ya inventaron lo del pan y el circo, por si las moscas, y debió ser un invento tan bueno, que ha llegado hasta nuestros días, con diferentes nombres, Autos de Fe, comedias (hasta eso prohibió Mariana de Austria), corridas de toros, guerras por doquier, fútbol… En España, la última guerra fue, también, una demostración de poder. No podían consentir que los siervos llegaran tan lejos como querían, por mucho que Pablo Iglesias hubiera creado un partido de rojos.
Antes se sabía muy bien quiénes eran los putos amos, estaban en frente, con la cara descubierta, aunque nadie se atreviera a rompérsela. Ahora la cosa es mucho más complicada. El poder es un trozo de papel, unos paneles en edificios de la Bolsa, o una página web desde la que entrar al oscuro y poderoso mundo del poder, ellos están detrás, pero no se dejan ver. No hay trueque posible. Antes, el pueblo, el no poder, sabía lo que le esperaba, obedecer o latigazo físico, mazmorras y demás. Sabía hasta dónde podía llegar, a ningún sitio. Ahora la cosa es muy distinta. Ya no hay pan y circo, ni Autos de Fe, sí fútbol, mucho fútbol, fútbol a todas horas. Además de con el fútbol, se hacía necesario darle a la gentuza que quiere vivir un poco mejor algo más, pero algo que, además de anestesiarles, creara pingües beneficios para el poder. Esas chucherías fueron pisos, chaletes acosados, coches, motos, viajes a muy módico precio. Y el pueblo tan contento, porque al fin ellos podían rozar un poco de la gloria y el glamur de los ricos. Ahora se sabe cómo ha acabado todo. Lo que poseían vuelve al poder, con lo cual serán doblemente poderosos.
Esto en cuanto al mundo occidental, me refiero a lo de las fruslerías para contentarnos. Otros mundos ni tan siquiera probaron esas mieles. Pero si habláramos de África, por ejemplo, ya no tendríamos derecho a quejarnos de nada. En ese continente, de cuyos habitantes espero que algún día sepan corresponder como se merecen a tantos negreros, a tantos botazas, a tantos blancos, y a un rey enano y felón, Leopoldo de Bélgica, que les robaron, saquearon, mataron e inocularon enfermedades hasta diezmarlos. Ahí el poder echó los restos.
¿Qué hacer en el mundo occidental? Vuelta a lo tradicional. Las conquistas de los últimos años –la punta de iceberg- deben ser, si no eliminadas, sí limitadas. Las huelgas se solventan a porrazos –el látigo moderno- y con detenciones, igual que las manifestaciones, pacíficas o no. No tocan, por ejemplo, el día del orgullo gay y similares, para que veamos los tolerantes que ellos son. Y lo curioso es que esos que utilizan el látigo moderno están en similar situación de aquellos contra quienes lo levantan. Pero la vida está dura.
Todo esto me recuerda un librito impagable de el Perich, extraviado por algún rincón, cuyo título era “Conversación entre el poder y el no poder”, y que no he podido conseguir en ninguna librería de las que se anuncian por Internet, muy al contrario, animan a quien lo tenga a venderlo. El Perich, con mucha retranca, dibujaba al poder grande, barrigudo, apabullante, con sombrero y puro, y al no poder, mermado. El no poder trataba de obtener respuestas y el poder respondía, como debe ser, con soberbia, guasa y condescendencia. A veces, el no poder se atrevía a preguntarle “¿Y todo lo razonan ustedes así?”.
Es exactamente lo que vivimos en esta democracia, o lo que sea esto. Ojos fijos, sonrisa de medio lado, frialdad y hasta sarcasmo, ante preguntas tan vitales para el pueblo como el dinero que se le da a la banca, los desahucios, los mineros, el paro, el copago o lo que sea. No se les mueve una pestaña.
El poder tiene en la actualidad un problema serio en forma de Internet y de redes sociales. Parece que en adelante las cosas no les van a ser tan fáciles, porque lo que realmente tienen enfrente es otro poder, y falta calibrar cuál es más fuerte. Yo no canto victoria, ellos, el poder, encontrarán alguna fórmula para seguir fornicando al no poder.

miércoles, marzo 21, 2012

Sigue el expolio de patrimonio soriano




El letrerito de la foto está colgado en unos soportales, a dos pasos de la entrada al Ayuntamiento, de un lugar de Tierras Altas. Quiero creer que el teléfono lo han hecho desaparecer, o bien los propios vecinos, o bien alguna autoridad municipal, con el fin de evitar que quienes lo han colgado vean satisfechas sus intenciones.
No se trata del anuncio en sí, como papel que se pega para dar a conocer alguna actividad, lo que choca. Es que, en una zona donde la población puede que no alcance los dos habitantes por kilómetro cuadrado, y donde abundan los despoblados, este tipo de anuncios son, si no ilegales, sí tendenciosos. Se trata, ni más ni menos, que otorgar legalidad a la compra de bienes comunes que no deberían estar en venta.
Entre “monedas y billetes fuera de uso” y “cosas viejas”, también compran “figuras de santos” y “antigüedades”. Ahí está el quid de la cuestión. No creo que estén interesados en figuras de san Antonio, o de san Bartolomé, o de la Inmaculada, hechas en yeso, que es aquello que habitualmente las personas tienen en sus casas. Pienso que estarán más interesados en imágenes góticas o románicas, en cruces de plata, o en casullas bordadas en seda, por ejemplo, que son de propiedad común.
Y digo común, o del pueblo, porque existe descuido o indiferencia por parte de las autoridades civiles en intervenir en aquello que consideran propiedad de la Iglesia. Nada más alejado de la realidad, lo de la propiedad de la Iglesia, me refiero, y lo digo sin ninguna acidez, sólo a modo de información que, estoy segura, todos tenemos aunque la olvidemos.
Cuando se levantaron las iglesias románicas, o las catedrales góticas, e incluso la renacentistas y neoclásicas, y se decoraron los interiores con imágenes y retablos, y se acomodaron en las cajoneras de las sacristías las vestimentas litúrgicas, la Iglesia eran todos, no había forma de manifestarse ateo o agnóstico, aunque se fuera por convicción. Tampoco existía, para el pueblo, más arte que el religioso. El patrocinado por la realeza o la nobleza era de ellos, y sigue, bien protegido, en museos y palacios. El pueblo, repito, sólo tenía acceso al arte religioso, véase si no las distintas exposiciones de las Edades del Hombre. Y era el pueblo, precisamente, el que había financiado todo el arte sacro a través de los impuestos de diezmos y primicias (1), de los que nadie se podía evadir. Y esos impuestos pagados en especies se hicieron efectivos, religiosamente, nunca mejor dicho, durante la friolera de nueve siglos, desde el XI al XIX. Por eso, sin discusión, todo el arte religioso es patrimonio común, aunque hayan sido los curas y obispos los primeros en disponer de él. Como fue, por ejemplo, el caso de la iglesia de San Clemente, en Soria; la ermita de Parapescuez, en Aldehuela de Calatañazor; la de San Esteban, en San Esteban de Gormaz; la de Rejas de San Esteban, por hablar sólo de edificios.
Aquí y ahora, en estas tierras de Soria despojadas de buena parte de su patrimonio artístico, creo que es llegado el momento de que las autoridades civiles tomen cartas en el asunto y se acabe de una vez por todas con el expolio. Y para eso, y puesto que ese patrimonio es de todos, los primeros en implicarse deberían ser los propios vecinos con sus autoridades locales a la cabeza. Comprendo el aprecio que existe en los pueblos por sus imágenes, por sus insignias, cruces y demás patrimonio, pero el problema está en los amigos de lo ajeno, y será preferible mantenerlo lejos que perderlo para siempre. Y cuando digo lejos, me refiero, por ejemplo, a depositarlo en el Museo de la Catedral de El Burgo de Osma, en la sede de la Diócesis.
Otra solución sería la creación de un museo del románico en algún lugar de esta provincia, donde las piezas, todavía abundantes, estuvieran expuestas, protegidas y restauradas cuando fuera preciso. Estoy pensando en el Museo Nacional de Arte de Cataluña, sito en el Parque de Montjuich, donde se depositaron imágenes y pinturas de las pequeñas iglesias desperdigadas por toda Cataluña, como es el caso de las del valle de Bohí, donde dejaron copias de las pinturas murales. Otra muestra de lo que digo –que no un ejemplo a seguir- es el Museo Marés (2), también en Barcelona, donde se exponen numerosas piezas, en especial de estilos románico y gótico, de procedencia, unas Castilla, y otras “desconocida”, aunque sea vox populi que ese desconocimiento no es tal, y su auténtica procedencia sea Soria.
Pese a que los políticos se siguen empeñando en la instalación de fábricas, que no llegan, y en la puesta en marcha de polígonos industriales, que ni se median, es la pequeña industria artesanal y la familiar alimenticia, junto con el turismo, lo que puede tener futuro, de hecho tiene presente, en Soria, y más tendría si algunos propietarios y/o gerentes de establecimientos acabaran profesionalizándose de verdad, y los precios se adaptaran a la realidad de lo ofertado. No cabe ninguna duda, que en estas tierras, donde el patrimonio inmueble de románico es abundante y rico, aunque en la mayoría de los casos sólo se pueda visitar la parte exterior, un museo de arte que agrupara las piezas que todavía no han desaparecido, sería un aliciente nada desdeñable.
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 P(1) Para una población de 34 vecinos, en el siglo XVIII, sólo los diezmos suponían, cada quinquenio: 205 medias de trigo común, 103 de trigo centenoso, 50 de cebada, 18 de avena, 3 celemines de yeros, 3 corderos merinos, 6 corderos churros, 3 chivos, 9 pollos, 3 cerdillos, 6 libras de lino. Se repartían, una parte a la mitra y dignidad de la ciudad de Calahorra, y dos partes al cabildo eclesiástico de las iglesias unidad de Santa María y San Lorenzo de Yanguas para ser distribuidos entre los beneficios curados.

(2)  (2) Frederic Marès (Gerona, 1893-Barcelona, 1991), fue un escultor y restaurador de las tumbas reales en el Monasterio de Poblet. Se hizo con el patrimonio castellano durante los años 1920-1940, donando el museo que había diseñado con ellas en 1946 a la ciudad de Barcelona.