viernes, diciembre 09, 2011

La cachuela



Esteban miraba el ir y venir de la abuela y las tías por la cocina, grande y caliente, donde se había sacrificado al chancho. La abuela, en una de las mesas, había colocado cinco latas con asa que le preparaba el lañador cada año, cuando eran los días de pararse en el pueblo a reparar ollas, paraguas y cambiar cosas inservibles por platos transparentes.
Su abuela mediaba las latas con la cachuela, un caldo o sopa que preparaba con sangre del cerdo, manteca, canela y especias. Después, envolvió en cuatro papeles de estraza una morcilla recién cocida, robusta y pujante, que despedía olor a especias, a pimienta recién molida, a anisillos. Dos trozos de tocino blanco, del entralma del cerdo, con su veta central y las tetillas inhiestas. Y un hermoso trozo de hígado, todavía sangrante, terso, pidiendo a gritos que lo colocaran sobre las ascuas. Colocó cada paquete sobre las latas.
Ese año, Esteban, con ocho años, era el encargado de repartir los presentes.
Uno era para el señor cura, el otro para el señor doctor, el tercero debía llevarlo a la señora Victorina y el cuarto a doña Encarna, la maestra. Esteban comenzó la primera visita con los ojos puestos en la pobrera, donde Manuel, un indigente que había conocido aquella misma mañana, debería estar comiéndose el último trozo de pan que el vecino encargado ese mes de los pobres transeúntes le había llevado, junto con las sopas de ajo y un torrezno.
Cuando se dirigía a casa del médico miró el presente y pensó en llevárselo a Manuel y decirle a la abuela que se le había caído, pero finalmente lo entregó a su destinatario, recordando sus cuidados recientes, y de qué forma tan cariñosa le había curado una anginas que le ahogaban, regalándole los medicamentos y acudiendo cada día a tomarle la temperatura, hasta un helado, que a saber de dónde habría salido, le llevó en la última visita. Con el de la señora Victorina no dudó, ella era también pobre, vivía sola y lo necesitaría. Su marido había muerto en el bosque, cuando un árbol se venció por el lado contrario al que él suponía, y le cogió debajo. Cuando le llegó el turno a la maestra se dirigió a las pobreras, pero se dio la media vuelta pensando en el mal genio que tenía la mujer y se lo dejó en la puerta después de tocar el timbre, con un disgusto que le hacía saltar las lágrimas. De ella recordaba los coscorrones, no se lo merece, pensaba gimoteando, es mala, y la abuela aún le regala cosas.
Cuando entró a la cocina lloraba sin poderse contener. La abuela le miró fijamente y le preguntó el motivo del disgusto, lo que hizo que Esteban llorara con más fuerza. Cuando logró hablar le explicó el motivo de sus cuitas y le dijo que prefería no cenar y poder llevarle algo al pobre. ¡Tener que dejarle el presente a la maestra, con la de coscorrones que le daba!
La abuela le abrazó, le dijo que los coscorrones se los daba por su bien, pero que era buena, y preparó un presente tan grande como media hogaza de pan rellena de todo lo que se le iba llegando a las manos. Esteban, con una sonrisa de oreja a oreja, entró en la pobrera y le extendió el pan a Manuel. Lo comieron juntos, hablando sin parar delante de la lumbre. Curiosamente, el pobre también le dijo que hiciera caso a la maestra para hacerse un hombre de pro, algo que Esteban tardaría años en comprender.
Meses después, llegaba a casa de la abuela un paquete a nombre de Esteban. Era un libro firmado por un tal Manuel, falso pobre, cierto aventurero, dedicado al niño y a la comida en común delante de la lumbre de la pobrera.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y el paquete que iba para el cura? Aunque no se menciona, suponemos que llegaría a su destino. Que un curilla bien alimentado podría digerir mejor el vino y tener más fuerza para enviar allá arriba sus plegarias. ¿O acaso lo dudáis, pecadores de la pradera?

Anónimo dijo...

Pobre maestra: "la letra, con sangre entra".
Y el cura: "la sangre (de Cristo) o sea, el rico moscatelillo, con cachuela entra (mejor)".
El mismo anónimo de antes.

Anónimo dijo...

Buenas tardes, Isabel:

Doy contigo no solo por casualidad, sino porque me lo ha recomendado el paisaje. Me explico: ayer andábamos por Magaña, procedentes del alto Cidacos, de visitar algunos despoblados como Garranzo y la Escurquilla... demasiado tarde para quedarnos en las alturas de esos páramos de Soria pero ahora sé de buena tinta que tienes una amplia bibliografía en la materia, en especial "el lado humano de la despoblación" ¿dónde y cómo puedo conseguirlo. mi blog es www.aitorarjo.wordpress.com ya que no he encontrado ninguna referencia de correo electrónico a tu persona, algo que agradecería.

recibe mi más sincero agradecimiento por tus aportaciones.

Isabel Goig Soler dijo...

Hola Aitor?
He intentado entrar en tu blog, pero me falta una "l". ¿Es aitorarjol? En todo caso, sobre el libro de la despoblación, no me queda ni uno, literalmente, sólo los que tienen mis hijos, que no los sueltan. De todas formas ese libro apenas recoge despoblados, sino pueblos y/o comarcas que se han visto esquilmados por la despoblación, y las causas que la motivaron.
Pero veo que estás mucho mejor informado que yo, porque de los despoblados de Gárranzo y Escurquilla es la primera noticia que recibo. ¿Son de la Merindad de Logroño?
Te dejo mi correo, un cordial saludo, y de nada.
goigso@terra.es