jueves, septiembre 15, 2011

La calle Clemente Sáenz, de Soria


En algún momento de la historia reciente de esta ciudad de Soria, alguien tendrá que preocuparse y ocuparse del problema de circulación de vehículos en la zona Norte de la ciudad: Paseo de la Florida, calle de Las Casas y Clemente Sáenz, entre otras.
Cuando, hace veintiséis años, comencé a vivir en la calle Clemente Sáenz, era una calle tranquila, sin apenas vecindario, hasta que la fábrica de embutidos Villar se trasladó y comenzaron las obras de urbanización de la zona. Con el paso de los años y el inexplicable abandono del centro más histórico de la ciudad (léase calle Real y aledaños), se fueron construyendo viviendas alrededor del Hospital de la carretera de Logroño.
La urbanización de esta zona no ha corrido paralela a la organización del tráfico, o ésta ha sido mínima, dándose el caso de que, para Clemente Sáenz, en veintiséis años, sólo se ha marcado un paso de peatones en la confluencia de ésta con Viernes de Toros, y al final de ella, frente al Hospital, se ha instalado un semáforo, esto, por supuesto, en los últimos cinco años.
Clemente Sáenz es, misteriosamente, calle de dos direcciones, mientras que La Florida, hace ya años, es de una sola dirección. Esto, por sí sólo, es una molestia tremenda para los residentes de la vía. Pero a ello se añade la poca, o ninguna, educación cívica de unos energúmenos –se me ocurren más calificativos pero me parecen incorrectos para ser escritos- que se acomodan en dos ruedas para amargar la vida de toda una comunidad.
Cuando el calendario marca abril y hasta que vuelve a señalar noviembre, más o menos, los frenéticos chavales sacan de los garajes las motos de trial y las otras, y a cualquier hora del día o de la noche, recorren con ellas el barrio o, si es de día, se van a las laderas del Mirón a practicar su deporte favorito, dando vueltas previamente por la zona, con los tubos de escape trucados, supongo. La mayoría no llevan matrícula, pues yo, de haberlas visto, ya les habría denunciado. Otros la llevan, pero dirigida hacia arriba para que no se pueda leer. De todas formas, da igual, porque a la velocidad que pasan resulta imposible ver los números.
A este grupo de cafres se les une otro a cuatro ruedas, radio a todo volumen, quienes preferiblemente a altas horas de la noche, discurren la calle a velocidad tal que asusta. Y otro grupo, menor, con quads, vehículos que, según tengo entendido, no pueden circular por la ciudad.
A esto hay que añadir que podría contar con los dedos de una mano las veces que he visto por el barrio a la Policía Municipal. Hace años vi en alguna ocasión a la Nacional, cuando vivían en la zona una familia de traficantes. Tal es así, que una ocasión, al ver a un municipal, me acerqué para saludarle y agradecerle la presencia, pero fue hace años y sólo porque iban a tirar una casa.
En fin, como dije al principio, alguien, en algún momento, tendrá que ocuparse de este problema. No hay derecho que un grupito –calculo por la experiencia del tiempo transcurrido aquí que no pasarán de la docena- amargue la vida, y la ponga en peligro, a una comunidad entera.