jueves, julio 07, 2011

La Serra de Tramuntana, Patrimonio de la Humanidad



Desde que conocí Mallorca, hará unos seis años, he vuelto varias veces, pocas para mi deseo. Lo he hecho con dos de mis tres hijos, Israel y Leonor, con mi nieto Sergio, con Alicia, la compañera de Israel, y sola. Allí viven los que, con el tiempo, se han convertido en mis mejores amigos, de esos que dan mucho y no piden nada, amigos que respetan los deseos de quienes les visitan, prestos siempre a cumplirlos si les es posible, y si no también.
Sé que la casa de Pep y Margalida está siempre abierta para mí, y la mía para ellos. Sé que madó Margalida sigue presta para hacerme unas sopas mallorquinas y una ensaimada o un bizcocho para traerme de vuelta, sé que madó Catalina me invitará a la matanza del cerdo en Petra, y sé también que Climent Picornell cocinará exquisiteces para mí y me regalará un óleo suyo, y Rosario lo embalará y descorchará un buen vino, y Miquel me dirá lo fácil que me resulta escribir, y Tomeu no me dejará pagar, el señor Miquel meterá al horno para mí una coca de verduras, y la pequeña Sandra dirá que también tiene una tía en Soria. Los piropos vendrán de Helena Inglada, y los dibujos de Tanit, su hija.
En fin, producto de todo ese cariño, mezclado con la belleza de la isla y la historia de la dinastía mallorquina, fue la novela “Isabillis Regina Maioricarum”, presentada con toda ceremonia por Gabriel Ensenyat y avalada por el escritor, y sin embargo amigo, Pere Morey.
Pero iba a escribir sobre la Serra de Tramuntana. La conocí gracias a que Pep Mas, cada vez que me es posible traspasar las puertas de su casa en Sant Joan, está presto a pasearme por ella, y sabe muy bien lo que hace. Él es un enamorado de la Serra y su infancia transcurrió por ella, como la de tantos niños, gracias a mosén Pep Estelrich. Su infancia y casi toda su vida, después de Sant Joan y con permiso del Davallament, cuya organización le ocupa parte de su tiempo, porque cada año, con Margalida, su mujer, cuyo nombre y apellidos usurpé para hacerla ama fiel de la reina Isabel, se recluyen unos días en el Santuari de Lluc para coger fuerzas y ponerse en paz con ellos mismos, aunque no les haga mucha falta, lo de la paz, me refiero.
De la Serra de Tramuntana se enamora todo aquel que la visita. Nuestro escritor Avelino Hernández, sin ir más lejos, junto con su compañera, Teresa Ordinas, se afincaron en Selva, al pie de la Tramuntana. Roberto Graves hizo de Deià su lugar en el mundo. La pareja compuesta por George Sand y Frédéric Chopin vivieron días inolvidables en Valldemossa, y aunque a ella las gentes y sus costumbres le parecieron siempre desagradables, dijo algo muy importante, algo así como que la belleza de la Serra invalidaba la imaginación, o sea, que el entendimiento se queda lelo ante tanta belleza, y nada más se puede añadir a la visión de la Serra, que todo lo encierra. Algo así de sugestivo e impresionante a la vez me sucedió en la visita al Torrent de Pareis, de tal modo que ni he podido ni puedo escribir sobre ese espacio sobrecogedor.
Quien sí pudo escribir, y mucho, fue el archiduque Luis Salvador. Todavía recuerdo a Leonor y a Pep, mirando el mar desde el templete de la que fuera su casa, Son Marroig, convertida en museo.
De Banyalbufar le llevó a Isabillis, su sobrino el barón, vino, y los reyes de Mallorca preferían los halcones de esos acantilados, y de allí cogían los huevos para criarlos después en su palacio de Perpinyá.
Por el Cant de la Sibil.la; por los centenarios olivos de tronco retorcido que rozan el suelo, algunos a escasos metros del mar; por las possessions; por los molinos de aceite, neveros y caleras; por los bancales mediterráneos; y por todos esos pueblos llenos de historia, he recibido alegre, muy alegre, la nominación de la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad para la Serra de Tramuntana.