martes, septiembre 29, 2009

Los andrajos de Jaén


No necesitábamos saber que los andrajos de nuestros primos están relacionados con el gazpacho de Caroig o con los manchegos. Tampoco que, según Joan Corominas, la palabra andrajo podría venir de falda. Ni que sinónimos de andrajos (siempre en plural) son harapo, guiñapo o zarria. Nada de eso.
Para los andrajos que el pasado sábado, 26 de septiembre, comimos en Puente Tablas, de Jaén, fue necesario que se juntaran varias circunstancias, o elementos. Uno de ellos, el que los primos fueran panaderos y supieran hacer una masa sin levadura, bien trabajada y afinada. Que otro primo fuera cazador y saliera al monte para conseguir unos cuantos conejos. Que nuestras primas hubieran heredado de las abuelas, las tías y la madre la sabiduría para aderezarlos. Y, sobre todo y muy en especial, que reinara el cariño tocado con una migaja de nostalgia y la satisfacción de volver, después de muchos años, a la tierra de origen. Si además, a todo esto se une la posesión de una gran casa desde donde se ve el castillo de Santa Catalina, las torres de la catedral de Jaén, las lomas con olivos y, a sus pies, se escucha el discurrir del río Guadalbullón…, ustedes dirán.
Los andrajos es comida propia de nuestra tierra, de Jaén, como decía arriba. Podrían compararse con el gazpacho manchego, aunque en el caso de éste, la masa sin levadura, cenceña, se cuece en el horno antes de despedazarla y añadirla al guiso. En el caso de los andrajos, se añade cruda y se cuece en el caldo.
Preparen conejo de monte, ajos, hierbabuena, pimientos verdes y tomates y hagan con ello un buen sofrito (los ajos y la hierbabuena machacados). Vayan añadiendo pimentón, cominos, pimienta, guindillas, azafrán, orégano y un buen vaso de vino blanco. Después añadan el agua y cuando el conejo esté casi cocido es el momento de ir echando la masa bien fina, abriéndola con las manos para que se afine aún más, y a trozos pequeños. Hay que mover sin parar para que no se pegue. Añadan más hierbabuena, es el sabor que debe predominar. El guiso ha de quedar espeso.
Los andrajos pueden acompañarse de vinos de Jaén. Porque en Jaén hay vinos también, además de los olivos que han hecho de ella la capital mundial del aceite. Incluso hay una variedad autóctona de uva, la “molinera de Bailén”, que junto con la Tempranillo hacen buenos caldos. Todo esto lo sabemos por el primo Vicente, entendido en yantares y derivados.
Pero con lo que se debe acompañar este condumio es con personas como las que teníamos a nuestro alrededor, con tanto cariño, tanta amabilidad y tanta hospitalidad, que hasta las paredes se derretían.

sábado, septiembre 19, 2009

Putas, drogadictos...

El atropello de una prostituta en La Jonquera cuando huía de los Mossos, que acudían a un menester que nada tenía que ver con ella, ha sido, por lo leído, un fatal accidente con huida incluida del conductor. El caso es que la mujer ha muerto porque las cosas se están poniendo muy difíciles para las prostitutas. Se han empeñados las autoridades, con más ahínco las municipales, en hacerlas desaparecer de las calles sin ofrecerles, a cambio, otras alternativas.
Hace unos días, unos vecinos se quejaban, también, de un albergue para pobres, por lo conflictivo, ya que se peleaban entre ellos por un quítame allí estos cartones. Otros se quejan de que unos drogadictos han ocupado unas naves abandonadas y acumulan vertidos y suciedad por los alrededores. Hoy mismo, en Lleida, los vecinos cogen firmas por el deterioro de un barrio, debido a la prostitución y las drogas. Podría seguir recodando o acudir a cualquier buscador por Internet, pero estaría escribiendo hasta mañana.
El caso es que todo aquel, grupo o individuo, que no cuadre con la idea que tenemos de lo que debe ser una sociedad bienpensante y bienestante, nos molesta, sin parar a reflexionar que esta es la sociedad que ahora mismo tenemos, para desgracia de quienes nos molestan porque no encajan.
En este sistema político-social-económico en el que vivimos el primer mundo, no tenemos ni idea de qué hacer con aquellos que nos estorban. Podríamos escribir también con lo que nos incomoda: vertederos, cárceles, residuos.
Así que si empezamos a quitar gitanos no integrados, inmigrantes que no trabajan (en ocasiones molestan hasta los que trabajan), prostitutas, mendigos, drogadictos, jóvenes que se pasan con los botellones… restan unos millones de españoles, precisamente para los que están pensadas las leyes y la sociedad.
No sé si muchos se pararán un instante a pensar, provisto de cierto grado de empatía, en que todos esos grupos son seres humanos igual que el resto, con muchas más penas y casi ninguna alegría. Los gitanos de las míseras barracas, que viven entre la mierda, tienen hijos pequeños a los que quieren profundamente y cuidan mejor, mucho mejor, que el ciudadano-medio-de clase media-alta-tirando a baja, caritativo de 20 céntimos de euro con el mendigo. Los drogadictos no saben cómo desengancharse, o son seres completamente desgajados de las familias, algunas, tal vez, de esa clase media-alta… Los mendigos se pelean por cartones porque es lo único a lo que pueden acceder. Las putas se prostituyen, en la mayoría de los casos, porque las mafias les obligan, o porque tienen que criar hijos, o, a veces, porque les da la real gana.
¿Qué hacemos con todos ellos? ¿guetos? ¿gas? ¿Dónde los escondemos para que no afecten a nuestras delicadas narices y nuestras selectas miradas? En todo esto nada tiene que ver la crisis que llevamos padeciendo durante más de un año, esto no ha cambiado nada, ni con bienestar ni con crisis.
Todos esos grupos marginales que tanto incordian y afean plazas y monumentos, no son más que la prueba palpable del gran fracaso de nuestro sistema capitalista, en el que entran -¡por descontado!- los gobiernos más o menos socialistas, más o menos progresistas.
Así que miremos con los ojos bien abiertos, paseemos entre ellos, dejémonos invadir por sus olores, porque son nuestros, muy nuestros. A ver si en algún momento somos capaces de levantar la voz y el puño (pero de verdad), por esos seres de nuestras pesadillas.

sábado, septiembre 05, 2009

Recordando el Holocausto


Últimamente, con motivo del final de la II Guerra Mundial, los medios de comunicación recuerdan aquellos años terribles en los que nuestros antepasados se mataban bárbaramente y se mutilaban con ceguera terrible, mandados desde lugares seguros por políticos y militares hijos de mala madre, henchidos de ira y soberbia, sedientos de poder y necesitados de pasar a la Historia como héroes. Porque en este mundo siempre ha habido, hay y habrá brutos, muchos brutos, revestidos de periodistas e historiadores, que acaban encontrando justificación a las barbaridades que el ser humano es capaz de cometer contra otros seres humanos, arrogándose, en nombre de los gobernados o de los súbditos, el derecho a matar o destruir.

Me parece muy bien que se recuerden estos hechos sangrientos e injustificables, aunque no haya mucha necesidad de ello. La condición humana repite sin cesar los mismos modelos, y sólo con leer cada día el periódico o ver la televisión, se puede comprobar.

Pero la barbarie que hace setenta años asoló Europa, la vieja Europa, la culta y desarrollada Europa, la colonizadora de salvajes, que se llevó por delante millones de personas y dejó en la miseria al resto, resulta más impactante para ser recordada y evitar que vuelva a suceder.

Lo más impresionante de aquella generalizada masacre fue, sin lugar a dudas, el Holocausto, y a él dedican la parte más importante de esta conmemoración. La matanza de judíos, gitanos y todas aquellas étnicas que no servían a los nazis para conseguir la pureza de su raza aria, hace años que se pone en tela de juicio por algunos historiadores y, últimamente, hasta por algún sacerdote de la Iglesia Católica, pese a que negarlo es, por fortuna, delito.

Muchas personas –la mayoría- hemos creído a pies juntillas el Holocausto, y debemos seguir creyendo en ello, pese a los davisirvings que pretender imponer sus teorías. Ellos habrán investigado, pero no por ello debemos caer en su trampa. Los documentos, naturalmente, no van a dejar para la Historia a cuántos mataron y cómo lo hicieron, datados, firmados y sellados. La Humanidad, en general, hemos escuchado y leído los testimonios de los supervivientes, las fotos del horror, sabemos o hemos visitados los campos de exterminio, y sería una burla fatal para algunos que todavía siguen vivos, la negación de lo que allí sucedió.

Por si acaso alguien siente tentaciones de creer a los presuntos historiadores que niegan el Holocausto, hay que recordar que desde principio de los años setenta, cuando tuvo lugar la visita de Willy Brandt a Israel, todos los políticos que han visitado el país judío –la última Ángela Merkel- piden perdón por lo que hicieron sus paisanos. En Berlín se levantó un monumento a los judíos asesinados. Cada alemán que viaja a Israel deposita flores en el Yad Vashem o Museo del Holocausto. ¿Se flagelaría de esa forma un país como Alemania, ante el mundo, si David Irving y sus seguidores llevaran razón? ¿Y la Iglesia, más dada a otorgar perdones que a pedirlos, se hubiera humillado en la misma cabeza de los dos últimos papas?

Si se le dan alas al revisionismo, como ha hecho un periódico de tirada nacional con un delincuente como Irving, puede llegar a abrirse un debate nefasto, innecesario, de incalculables consecuencias.