domingo, septiembre 28, 2008

La sanidad del sistema financiero

He de confesar que Rodríguez Zapatero como político me cae bien. Él va por el mundo con su traje de solidario, a veces algo despistado, a veces algo idealista –ya tiene a la vicepresidenta y al resto de los ministros que dan el toque rústico unos, sensato otros- y a veces sufriendo por determinadas situaciones, algo que no puede disimular por las bolsas bajo los ojos. Yo que las padezco, sé bien cuál es la causa de ellas.

En ocasiones, no obstante, comete unos deslices que dan al traste con la imagen que, verdadera en parte o en todo, se tiene de él. Hace pocos días se le ocurrió decir que el sistema financiero español era bueno, o saneado, o cojonudo, no recuerdo bien. Y una, como César Vallejo, se queda perpleja y muda.

Sería el embrujo del entorno donde se encontraba, sería el carisma de las personas que le rodeaban, o tal vez el afán de poner a su país por encima de los demás. Porque de no ser esto, no se entiende que un jefe de Gobierno, miembro del Partido Socialista Obrero –OBRERO- Español, suelte por su boca semejante desatino. En qué cabeza cabe que un socialista se jacte de esto, cuando lo que un izquierdista ha de hacer en cuanto llega al poder es socializar la banca. Ya se sabe que esto es poco menos que una utopía, pero llegar hasta a lanzar a los cuatro vientos la sanidad perfecta de la banca española, es una bellaquería. Ya puestos, podría haber aportado datos de lo que ganan en cada ejercicio los Botines españoles

El sistema financiero español es el primer responsable de lo que está sucediendo en este país. Como han de seguir con el régimen saneado, ahora más que nunca a fin de que el presidente pueda alardear de ello, están estrangulando, con prisa y sin pausa, a las empresas españolas y, como últimos y más perjudicados, a los obreros de este país.
¡Si Pablo Iglesias levantara la cabeza! Un presidente de Gobierno socialista largando a los cuatro vientos que los banqueros del país se reparten miles de millones cada año.

martes, septiembre 16, 2008

El abrecartas, de Vicente Molina Foix

Acabo de leer la novela del título arriba indicado. Ha sido a instancias de mi amigo Jaime del Huerto. Cuando me la recomendó le dije que ni hablar, que ya había intentado leer otras dos del mismo autor y no había llegado hasta el final. Pero Jaime, con ese desparpajo que le caracteriza, vino a decirme algo así como que me dejara de pamplinas (es lo que conlleva la confianza), me olvidara de quien la había escrito, y comenzara a leerla. De paso, me recordaba que hace muchos años, en los albores de nuestra amistad, nos propusimos trenzar una historia siguiendo el hilo de las misivas, algo que, como otros proyectos de la vida, quedó en el olvido. Algo más tarde nos lo propusimos mi hermana Luisa y yo, y sucedió lo mismo.

Como casi siempre en sus recomendaciones, mi amigo llevaba razón, la novela no puede dejar de leerse. Él, cuando le gustan mucho, las alarga, pero yo, más impaciente, la devoré.

Por las páginas van apareciendo García Lorca, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Carlos Bousoño, Miguel Hernández y otros que encubrirán, probablemente, a personajes no menos importantes, pero que el autor no habrá querido desvelar. No aparecen directamente, sino mediante otros creados por el autor y que han tenido relación de uno u otro cariz con ellos. Son estos últimos los que van creando una trama que me recordó esa teoría de los seis grados de separación. Un escritor húngaro, por los años veinte, escribió un relato ¿Chains?, en el que trataba de demostrar que cualquier habitante de este planeta está (o puede estarlo) conectado con otro mediante una cadena de sólo cinco eslabones, cada uno de ellos perteneciente a otra persona.

Hacer intervenir, aunque indirectamente, a personajes del relieve intelectual de los citados, requiere un dominio importante de las técnicas literarias, y de la sutileza, ya que, esto mismo, llevado a cabo con falta de maestría, hubiera resultado increíble.

Las relaciones que se enlazan en “El abrecartas” son perfectamente creíbles, tanto por la trama, como por los datos de los personajes conocidos, ya que se corresponden fielmente con las biografías de todos y cada uno de ellos. Las cartas comienzan en 1922, más o menos, y la última está fechada en 1999. Los distintos personajes, firmantes de las cartas, obligan al autor a cambiar constantemente de estilo, dándole a la novela un ritmo rápido, y obligando al lector a volver sobre nombres y apellidos, invertidos a veces por eso de la descendencia.

Por otro lado discurre por los ojos del lector casi todo el siglo XX, con sus peripecias políticas, la larga Dictadura y lo que ello supuso para este país. El lento resurgir, las inquietudes y la lucha de jóvenes que después, alguno de ellos, ocuparía la escena cultural y política, convirtiéndose, en algunos casos, en verdaderos fantoches, o en burgueses orondos, o cambiando la chaqueta de manera indecente.

Molina Foix no se ha resistido a incluir, casi al final de la novela, unas cartas referentes al cine ¿de vanguardia?, en todo caso un cine sólo apto para iniciados. El resto está dirigido “a todos los públicos” que estén medianamente enterados de lo sucedido en las entrañas del pasado siglo. Sorpresas no faltan. Me ha encantado.