domingo, noviembre 25, 2007

Las pateras asesinas

Cuánto trabajo cuesta escribir de esto. El ser humano se acostumbra a todo, como decía Camus en su Calígula, lo triste, lo desesperante, es constatar que el dolor tampoco permanece, o algo así. Pero ¿hemos llegado a interiorizar la carga que cada patera lleva dentro? Una carga humana, la suma de setenta, ochenta o cien vidas, cada una de las cuales con su propia carga de dolor, de lucha, de miedo, de esperanza.

Qué desesperaciones inducen y conducen a esos seres humanos de piel negra y corazón rojo a lanzarse en la fragilidad de un bote al océano, durante días y noches negras, sólo al amparo de la intemperie, sabiendo, como saben, que muchos quedarán para siempre en el fondo de él. Qué tipo de hambrunas, de humillaciones hacen que imaginen la luz, la leche y la miel al final del tenebroso mar-tumba.

Y por qué ese coraje no es gratificado en un mundo con fronteras mezquinas, los propios límites del alma del hombre occidental, que durante siglos se dedicó a dejar el continente africano esquilmado de caucho, metales y fuerza humana, y que ahora le sobra de todo y se come a las cebras y acude a matarles los animales salvajes para colgar los trofeos en los salones inquietantes de sus mansiones horteras.

Que salgan los políticos de los países de origen, en compañía de los occidentales, los presidentes de grandes instituciones que se reúnen una vez al año previo pago de millonarias dietas, a bombo y platillo, los de las grandes palabras y cortos hechos, que se reúnan una noche y salgan en cayuco hacia la nada, con un trozo de tasajo, una manta y una garrafa de agua dulce, por compañeros alguna mujer embarazada, algún niño, hijo de ellos a poder ser. Que vean transcurrir los días y las noches rodeados de agua salada y vayan dejando caer al fondo los cadáveres de los que no resisten el hambre, la sed, el frío y el agotamiento. Un viaje de esos valdrá por toda una vida. Una experiencia semejante solucionaría el problema.

Los graffiteros

Algún día, algunos graffiteros se estudiarán en los libros de Arte. No me refiero a los gamberros que ensucian las fachadas de edificios nuevos o venerables con pintadas absurdas. Como en cualquier actividad de este u otro tipo, existen en estos grupos los verdaderos artistas y los que, incíviles, tratan de imitarles, haciéndoles daño.

Me refiero a los artistas, porque lo son, y algunos muy buenos. Hace años no recuerdo qué Ayuntamiento, pero me suena que era del Alto Aragón, les contrató, pagándoles y cediéndoles tapias para que dejaran en ellas sus pinturas, que no pintadas.

Cuando se viaja en tren, desde Soria a Madrid, se agradecen los colores de las tapias viejas y antaño desconchadas, de las viejas fábricas, o de las ya inexistentes huertas del corredor del Henares.

No comprendo la inquina de algunas autoridades –Ana Botella dice que pinten en su casa- por estos jóvenes artistas, a los que deberían dejar espacios arruinados, tristes y feísimos para que con sus sprays nos alegraran la vista y dignificaran de paso el espacio. O los polígonos industriales, tan grises y destartalados. Les parecerá mejor las visiones que aportan los suburbios de las ciudades, o que los jóvenes estén practicando otras actividades.

domingo, noviembre 11, 2007

Aznar, mosca que no cesa

Mosca cojonera se llama a la persona pesada que hace discurrir su vida molestando a los demás con sus teorías –o tonterías- machaconas, haciendo perder los nervios más templados y provocando manotadas para quitársela de encima, o de al lado, o de los mismísimos cataplines.

José María Aznar, ese aguerrido adolescente de pelo caído, carismático y encantador, se ha convertido en ese tipo de mosca para los españoles. Un ejemplar humano único, con su cuidado bigote, sonrisa-mueca, bolsillo abultado -gracias al salario de los presupuestos del Estado, pensión vitalicia como expresidente-, y gracias también a los desorbitados honorarios pagados por las cultas, profundas y trascendentes personalidades que le contratan para disertar en el Primer País del Mundo. Con este bagaje y su verbo esclarecido que deja caer filosofías propias, el señor Aznar se sienta en cualquier mesa –por ejemplo en la de Sánchez Dragó- y con la excusa, o a fin de vender más ejemplares de sus cartas a los jóvenes –se debe creer un Rilke al uso-, suelta las barbaridades más abultadas sin que el bigote se le estremezca.

Que se quede en su FAES -¡cuánta añoranza de las FET y JONS!- y nos deje tranquilos, por favor. Ya perdió las elecciones, ya es multimillonario… Por favor, que nos evite el espectáculo.