jueves, junio 14, 2007

La oscuridad de los anónimos

Vaya por delante que este blog es identificable. La persona que en él escribe tiene nombre y apellidos. Todo lo que en él se publica está suscrito por Isabel Goig Soler. O sea, en él se da la cara, que es la actitud que siempre he tenido ante la vida. Aunque ello ya me llevara a sentarme en el banquillo para responder por lo que escribía. Es una forma de ser. En la arena y no en la barrera. Esto, queda claro, no es un chat.
De todas las barreras de la vida, la más repugnante es la del anonimato, entendiendo por tal la actitud de determinados seres siniestros quienes, amparándose en él, aprovechan las puertas abiertas, de par en par, para inocular su particular veneno, casi siempre el veneno de la injuria, de la calumnia, respondiendo con ataques personales a razonamientos, incluso jurídicos.
El ser humano inventa cosas maravillosas, ingenios que hasta hace pocos años, ni siquiera se llegaban a soñar. Y parte de ese conjunto de seres humanos utilizan esos mismos inventos para sus particulares tejemanejes, llevándolos, a los inventos y a ellos mismos, a la categoría de basura.
El mundo virtual es una buena prueba de ello. Se ha convertido en el escondrijo de los pederastas, de los terroristas, de los traficantes y de los seres anónimos sin agallas, que se vuelven locos delante de un teclado, que se esconden como las ratas hasta de ellos mismos, para lanzar sus frustraciones, sus envidias, su mala leche y sus calumnias a los cuatro vientos. Son los Cepunto, Elepunto, Emepunto de la vida, la escoria.
Gente sin luz, gentuza que como las codornices, enturbian el agua para evitar que beban las que llegan detrás. Enfermos a los que, si se les estrujara, producirían un muestrario completo de sustancias. Hasta aquellos personajes metafísicos que los autores franceses sacaban en las comedias, llamados “malasbocas”, tenían cara y ojos. La gente de los anónimos venenosos son aquellos que queman los pinares con alevosía, son sucesores directos de los que, en plena contienda civil, sacaban por las noches a las personas de sus casas para darles un tiro anónimo. No nos quepa duda que de repetirse aquella guerra, estos solventarían sus cuestiones personales de la misma forma.
Siempre que pienso en estos ruines recuerdo a María, una mujer de un pueblo de Tierras Altas que vivió a principio del siglo pasado y murió siendo todavía joven, de depresión, porque los antecesores de la gente que ahora deposita el veneno virtual, los malasbocas, dieron en calumniarla con amores ilícitos mientras el marido conducía el ganado a extremo. Todavía su hija enseña la foto con sus padres, reclamando la confirmación de paternidad con un ¿nos parecemos, verdad? La tengo por bandera y siempre que puedo le rindo un pequeño homenaje.
También recuerdo una época (sería a final de la década de los ochenta), en la que miembros de un partido político soriano enviaban anónimos a diestro y siniestro. Siempre he dicho que en el mundo rural, endogámico, se sabe hasta lo que no es, y finalmente se supo, se murmuró quienes fueron, tratando de evitar que un miembro de ese partido, ajeno al cogollo, se presentara para un puesto de relevancia, si es que la política provincial soriana tiene alguna.
Y aún me tocó vivir, directamente, otros episodios de anónimos. Fueron dirigidos al propietario de un periódico –por aquel entonces mi marido- quien jamás negó la publicación a nadie, dijera lo que dijera, aunque fuera en contra de él, siempre y cuando estuviera firmado con el nombre y los dos apellidos, como hacía él. Pero no, usaron los anónimos.
Una no puede dejar de romper una lanza aquí a favor de todos los periodistas, sean del color que sean, defiendan lo que defiendan. Personas que cada día, desde los periódicos, desde las radios, desde las televisiones, suscriben todo lo que dicen. Eso es verdaderamente grande y además rico e interesante, pues con las mismas armas, el nombre y los apellidos, se puede llegar a producir intercambios de opiniones e ideas, acercamientos o alejamientos, pero siempre a cara descubierta.
Este blog pretende parecerse a eso. Aquí tienen cabida todos los comentarios, pero, cuando sean venenosos han de ir firmados, suscritos, pues en caso contrario desaparecerán de la visión. La puerta está abierta, se puede entrar sin llamar, pero una vez dentro hay que guardar la cortesía y la buena educación.
Y una última cosa, dicen los antiguos que la lengua de camaleón, arrancada en vivo, servía para que el que la poseyera ganara un pleito.

La decoración de las ciudades, villas y aldeas

Ignoro si en algún momento de nuestra historia se pondrán en valor, para dedicar al turismo cultural, algunos de nuestros pueblos, pero me temo que va a ser muy difícil. Salvo los que ya se han convertido en tradicionales, o están fuertemente protegidos por las leyes, algunos de l’Ampurdà en Catalunya, o monumentos concretos, como los Arcos de San Juan de Duero y la iglesia de Santo Domingo en Soria, por poner unos ejemplos, el resto del suelo patrio está dejado de la mano de los políticos.
A los alcaldes y regidores de urbanismo paletos y desaprensivos, al dinero sin ética ni estética, que parece sobrar por doquier, se les une, o lideran, las compañías eléctricas, que llevan años decorando bosques, calles y fachadas.
Como compañías capitalistas que son, su gestión debe presentar resultados positivos para los accionistas, dividendos creo que se llama eso. Lo demás importa poco. Si acaso, con dedicar unos pocos euros, una limosna, para apoyar tal o cual causa, sin demasiado fondo pero con forma colorista, les parece más que suficiente.
Los cables eléctricos acompañan al viajero. Nosotras los hemos sufrido ahora en nuestro recorrido por l’Alt Camp, están, como Dios para los creyentes, en todas partes y lugares. Los hemos visto y escuchado silbar, por mitad del monte, en forma de cableado de alta tensión, acompañando al castillo de Saburella o cualquier otro, no recuerdo bien. Se sabe que pueden provocar, y de hecho sucede, incendios forestales en pleno verano.
Pero donde lucen más hermosos es en el centro de los pueblos y ciudades. Sus postes, de madera u hormigón, se comen las aceras. El cableado cruza las calles en filigrana curva, caída y lineal y se apoya en las fachadas. Si un ciudadano pide aumento de potencia, sin ningún problema, se instala un cable más gordo, se coloca otro parche en la asaeteada fachada, y listos.
Si han de llevar electricidad a una finca rústica, se tira de nuevo de cable, se pasa por encima de cerezos, almendros, avellanos y lo que haga falta, se adorna el aire, y para adelante. Y se cobra ¡ojo!, se cobra todo, en plan capitalista, aunque la instalación sea una chapuza.
Hace muchos años que se reclama, sobre todo en algunos pueblos, que el cableado se soterre. Sugerir que se aproveche una de las múltiples veces en las que se destripan las calles para… ¿para qué? No sé, para arreglar los desagües, o la instalación del aagua, o del gas, es pedir demasiado. Eso significaría ahorrar dinero público, y el dinero, cuando es público, no se ahorra, se derrocha. Sea aprovechando el destripe, sea haciéndolo de nuevo, sería muy de agradecer que directivos y accionistas de las compañías eléctricas dejaran de ganar un poco y se fijaran en algo más que en sus Mercedes cuando van por la vida, o sea, que subieran la cabeza y vieran en qué han convertido los pueblos de este país, sus monumentos, sus calles, sus montes.
Sólo se les pide que mantengan lo público como hacen con sus casas. No creo yo que los jardines, piscinas y fachadas de sus chaletes estén decoradas como lo están los pueblos. Pero si ellos no lo hacen, que les obliguen. Parece que vivamos en una anarquía, pero capitalista y tolerada sólo para ellos. Esto es un sinsentido alucinante. Si a un señor le da por ganarse la vida montando un puesto de churros en mitad de la calle, segurísimo que no lo consigue, le fríen como a la masa. Ahora si a un grupo de mangantes de la categoría que sea, pero cotizando en bolsa, se le ocurre defecarse encima de cualquier monumento, incluso de nuestras cabezas, aquí no ha pasado nada.

Las lindezas de algún intelectual sobre los obreros

Esto es lo que opina Fernando Sánchez Dragó sobre los obreros. Está copiado literalmente.

¡Qué cruz! Los obreros, esos señoritos de mierda que no dan golpe y cuya jornada laboral consiste en deglutir bocadillos pringosos, tirar de litrona y tabacazo, beber cañas o tanques de vino savín en el mugriento bar de la esquina, escuchar con abnegada fruición programas de radio para señoras climatéricas, organizar tertulias y debates sobre los partidos de fútbol televisados en las últimas jornadas, pellizcar el trasero de las viandantes jamonas, sorprender a las jovencitas minifalderas con inteligentes opiniones sobre la humedad y densidad de sus bragas, destruir antigüedades, presentar facturas de zorras de lujo, contemplar atentamente el vuelo de las musarañas, obstruir tuberías, chamuscar alfombras, descuajeringar motores, provocar cortocircuitos y tararear en do mayor, de madrugada y a grito pelado el porompompero.

Cuando lo leí pensé rebatirle, uno a uno, sus argumentos, pero luego pensé que le encanta que se hable de él, y le da igual que sea mal o peor, y lo dejé. Creo que el párrafo se comenta solo. Lo copio, primero porque me da la gana, y luego para que los lectores del web sepan qué piensa sobre la mayoría de los españoles quien dirige y presenta un informativo de la televisión pública de Madrid, donde, al parecer, no viven obreros.
Sólo un breve comentario. Para mí, el colectivo obrero, desde siempre, ha sido y es el más digno de todos los colectivos que pisan la tierra. En el otro extremo estarían los chorizos literarios (como llama mi admirado Marsé a cierto grupúsculo de literatos), equiparables a los especuladores urbanísticos y los políticos corruptos.