martes, julio 25, 2006

La paz y la palabra

Tristes armas
si no son las palabras.
Tristes, tristes.
Miguel Hernández

Llevo meses tratando de evitar –incluso entre los amigos- la polémica sobre el proceso de paz iniciado por el actual gobierno. Pero no se puede asistir a este hecho sin ponerse al lado de unos u otros. Mi generación ha convivido con el terrorismo. En los años sesenta, cuando los primeros atentados, nosotros éramos muy jóvenes. Durante más de cuarenta años hemos padecido unos hechos que, si bien a la mayoría no tocaron directamente, los sufríamos. Las imágenes nos acompañaban en todos los telediarios, en todos los periódicos, en las tertulias. Al principio, porqué no decirlo, veíamos en aquellos chicos del Norte la esperanza del fin del franquismo, y personas que después militaron en partidos centroderechistas, defendían, aunque fuera en petit comité, el arrojo de unos jóvenes que se jugaban, literalmente, la vida por unos ideales. Después el problema se fue haciendo insoportable, no veíamos la necesidad de que esa barbarie continuara. Hasta llegar a la visión chulesca, desalmada e insultante de los asesinos de Miguel Ángel Blanco ante el tribunal y, lo que es más desgarrador, ante los propios padres del concejal asesinado, han pasado demasiados años angustiosos.
¿Qué persona bien nacida no lloró con la crueldad que supuso el asesinato a cámara lenta de Miguel Ángel Blanco? ¿O ante la barbarie de Hipercor? ¿O ante el atentado contra la casa-cuartel de Zaragoza? Oíamos decir que eran acciones de guerra, como si en la guerra toda valiera también, en el caso de que la propia guerra fuera –que no lo es- lícita y decente. Después vino lo de Lasa y Zabala, y nos siguió pareciendo otra barbaridad, lo de los GAL fue inadmisible ¡que un Estado combatiera con armas de terror teniendo en sus manos la Justicia!
Esto que vivíamos, que hemos vivido todos, de una u otra forma, con años de tensión terrible, nos ha hecho pensar, decir y, sobre todo, desear, muchas veces que finalizara. Por eso, cada vez que un gobierno nos hacía tener esperanzas de una paz necesaria, esperábamos con el ánimo suspendido. Intentábamos enviar todas las fuerzas posibles a fin de lograr que saliera bien. Y esos empujes morales, esa fuerza que, como mentalistas al uso, intentábamos trasladar a los encargados de abrir conversaciones, de iniciar un proceso, de buscar la paz a través de la palabra, esa esperanza iba también acompañada de las fuerzas políticas en la oposición. Estoy segura porque existen hemerotecas que acostumbro a utilizar. Muchas personas, yo misma (abstencionista irredenta) me dije, como el PP logre acabar con el terrorismo le votaré de por vida.
Y ahora, cuando por fin parece que la esperanza tiende la mano, cuando los telediarios no se abren con imágenes de chatarra retorcida y humeante, el Partido Popular, fiel a la política que mantiene en los últimos veintiséis meses, fruto de una pataleta y un berrinche diré infantil, por ser amable, se opone por activa, pasiva y perifrástica, por derecho y al bies, a que se inicie un proceso de paz.
¿Qué locura es esta? ¿Para qué necesita el PP la existencia de ETA matando? Es terrible esta pregunta, pero se la hacen ya demasiadas personas. Y estas personas, al igual que yo me dije como el PP lo logre le votaré de por vida, también lo piensan, ahora del PSOE. Si Rodríguez Zapatero acaba con ETA, hay PSOE para años. ¿Y qué? ¿Tan difícil es ser generosos unos años más, si a cambio se consigue la paz? ¿Va a ser verdad que el poder para la derecha es algo consustancial a ella misma?
En una democracia seria, adulta, sana y consolidada (ya va siendo hora de que la española lo sea), la alternancia del poder es algo natural. Tampoco es tan grave, si tenemos en cuenta que aquello que los dos partidos mayoritarios en España defienden es, básicamente, lo mismo: la consolidación del poder económico y el que las clases sociales se encuentren cada año que transcurre más y mejor delimitadas.
Hasta en las guerras más terribles (si es que alguna lo fuera menos) los contendientes firman paces desde que el mundo es mundo. Particularmente, y al margen del valor semántico que cada cual quiera otorgarle al concepto, creo que, puesto que provocan terror, es igual guerra que terrorismo. Si, como tantos intelectuales afirman, el hombre sólo se diferencia de las demás bestias por el lenguaje o, directamente, el hombre es lenguaje ¿para qué sirve la palabra si no es, fundamentalmente para evitar muertes, para conseguir la paz?
Pau Casals (quien se negó a volver a España, incluso después de muerto, si antes no había desaparecido el dictador), dijo: “La paz ha sido siempre mi mayor preocupación. Ya en mi infancia aprendí a amarla. (…) Hace muchos años que no toco el violonchelo en público, pero creo que debo hacerlo en esta ocasión. Tocaré una melodía del folclore catalán: El Cant dels Ocells. Los pájaros, cuando están en el cielo, van cantando: Paz, paz, paz, y es una melodía que Bach, Beethoven y todos los grandes habrían admirado y querido…”.
¿Quién no quiere la paz, aunque fuera (que no lo será) a cualquier precio? ¿Por qué ni tan siquiera quieren que se inicien unas conversaciones? ¿Por qué la Iglesia Católica, cuyo lema es el perdón, financia un medio de comunicación que se opone tajantemente al proceso? Ya existen en este país demasiados mártires santificados.

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