martes, mayo 30, 2006

Las viviendas de los jóvenes

Hace ya muchos años que se comenzó a hablar y escribir sobre la despoblación. Yo misma, para el extinto Soria Semanal, y durante los años 89 y 90, recorrí la provincia buscando las causas de esa sangría, trabajo que diez años después vio la luz, por segunda vez, aumentado y corregido, en un libro. Ya hemos hablado de ello demasiado, aunque quizá no se haya hecho excesivo hincapié en el papel jugado por los propios sorianos, y tampoco voy a hacerlo ahora.
Lo más sangrante de todo esto es que, cada vez que el censo aparece, tenemos menos sorianos en él y no sólo por la propia inercia poblacional, sino por la huida (literalmente) de nuestros jóvenes. Por otro lado, durante los largos meses de invierno, la población de la provincia, envejecida, reside en la capital, creando la ficción de una ciudad bullente y la realidad de una provincia fantasma, casi tanto como aquel poblado de Esplugues de Llobregat, donde se rodaban películas del oeste antes de ser engullido por la autopista.
Todo esto está ya mil veces dicho, y también que a los políticos nacionales y regionales Soria les importa menos que nada, por aquello de los votos, aunque a los locales les importe algo más, por lo mismo. A veces recibimos correos electrónicos en los que se piden acciones revolucionarias, nada menos que eso, en la tierra del conservadurismo.
Una acción sensata sería construir en Soria capital y puntos claves de la provincia (no me refiero a las cabeceras de comarca) viviendas sociales para los jóvenes. Por ejemplo, en zonas menos pobladas de Pinares, Berlanga de Duero, extremos de la provincia como Langa de Duero, San Pedro Manrique, Santa María de Huerta. Pueblos atractivos pero casi deshabitados, como la ribera del río Ucero, Fuentepinilla, Andaluz. En fin, crear como un a modo de cinturón poblacional, aunque la industria, grande o pequeña, se instalara en Soria capital.
Porque está muy bien lo de las residencias de ancianos, incluso es fundamental, pero el futuro no está ahí. Esos centros a los que me adhiero por cuestión de edad (que ya vamos acercándonos) son lugares donde entran personas mayores y son sustituidas por otras mayores también y no precisamente porque les trasladen el puesto de trabajo.
El futuro sólo y exclusivamente está en la juventud. Pisos de venta o alquiler, sobre todo alquiler, a precio simbólico, y cuando digo simbólico, me refiero a cien euros al mes, por ejemplo. Sólo por eso ya se instalarían. Y en eso han de implicarse, sobre todo, Junta y Diputación.

Tsú o Buba

Desde hace mucho tiempo coincido con un joven en el supermercado, o en el camino a casa. Es negro y muy amable. Un día me acompañó hasta donde me dirigía con un paraguas. Habla castellano correctamente. Una vez, animada por la amabilidad, le pedí que hablara conmigo y me contara cosas de su país y de cómo le iba en Soria. Se asustó tanto que casi salió corriendo y creí que tal vez vivía sin papeles. Durante un tiempo me evitaba, hasta que en una ocasión le abordé diciéndole que si estaba ilegal, me daba igual y, entonces, más confiado, negó esa ilegalidad y se detuvo unos momentos.
Su nombre es para mí difícil, o sea que le llamaré Buba, como él mismo me aconsejó. Nació en la R.D. del Congo, no sé si lo de democrática será sólo el nombre o tal vez apodo. Entonces le conté todo lo que sabía de ese lugar, las perrerías que les habían hecho en nombre de un degenerado rey de los belgas, cómo les habían expoliado todo y, lo que es peor, la vida, la dignidad, el orgullo. Me dijo que a su abuelo, cuando sólo tenía nueve años, también le habían cortado una mano por no llegar a la cuota de recolección de caucho.
Buba se iba animando y le invité a un café. Entonces quise saber cómo le iba en Soria. Lleva once años entre nosotros y, en general, no está descontento. Sus hijos han nacido aquí y su mujer es de esas que encontramos por la calle con vestidos de hermosos colores y turbantes en la cabeza. Una de ellas me impresionó hace ya tiempo por su mirada triste mientras veía a los muchachos vestidos de tunos, tal vez ella tenía a los suyos lejos y les recordaba, o le venía a la memoria su propia juventud lejos de esta fría tierra.
Le insistía, quería saber si se sentía a gusto, si les tratábamos bien. Sí, sí, muy bien, lo único la falta de intimidad… Claro, le respondí, viviréis muchos en un piso. No, no, sólo nosotros, es muy pequeño. Ah, le dije, bueno, ya sabes, en el mundo rural pasan esas cosas, estamos siempre expuestos. Pero él no acababa de contar qué les sucedía, hasta que por fin, me dijo que el piso donde vivían era de alquiler y la dueña aparecía cuando menos la esperaban para comprobar si cuidaban o no el piso.
Me indigné hasta la ira. Resulta que esta familia vive en un piso de sesenta metros cuadrados, sin calefacción. Las ventanas no encajan, las tuberías se atascan cada dos por tres, el suelo cruje, una de las habitaciones rezuma humedad y, para pasmo y vergüenza de la propietaria, les cobra setenta mil de las antiguas pesetas cada mes. Lo único que le falta al habitáculo es derrumbarse y, todavía, ociosa y cotilla, aparece cuando nadie la espera para ver si le cuidan la mansión.
Le expliqué que él y su familia tienen derechos y la propietaria los estaba conculcando. Y me respondió que si la denunciaba no encontraría dónde vivir. Así de duro. No conozco a nadie de piel blanca que sufra esta situación, yo misma vivo de alquiler desde hace veinte años y jamás me ha sucedido nada semejante, muy al contrario, los propietarios, que también tienen una vivienda alquilada a personas no blancas, jamás se permitirían esa grosería, ese abuso.

miércoles, mayo 17, 2006

Declaración de intenciones


Hace años que estamos en la red con unos webs temáticos sobre Soria y Tarragona, donde, naturalmente, no cabe la opinión. Los que escribimos y pensamos (y/o al revés), necesitamos un vehículo para transmitir.
Por eso, desde este blog, pretendo dar a conocer mi opinión libre, sin que esté sometida a los dictados de cualquier medio, sobre aquello que nos acontece. Es una forma de sobrevivir en un mundo tan injusto y, a veces, tan absurdo. Es, también, una manera de sacudirse, en parte, la impotencia.