miércoles, diciembre 02, 2020

 

Sabores de Sefarad

-Los secretos de la gastronomía judeoespañola-


Acabo de recibir un pedido de la Librería Metrópoli, de Jaén, un lugar, como muchas, pero no todas, las librerías, mágico. Rápido, en apenas 24 horas, José Luis y María Jesús me han hecho llegar unos mapas y un libro impagable, Sabores de Sefarad, una muy cuidada edición de la Red de Juderías de España. Camino de Sefarad. El autor, Javier Zafra, es de Jaén; como se lee en la solapa “jugaba en las murallas del oppidum de Puente Tablas mientras imaginaba legiones romanas intentando asaltarlo”.

Cuando voy a Jaén, la Judería me atrae, es la primera zona a la que acudo. Lógico, por otro lado, ya que la primera casa que conocí de mis abuelos estaba en la calle San Miguel. Por cierto, mi amigo Juan Carlos Roldán, descendiente de otiñeros como yo, me dice que se van a intentar recuperar el espacio que ocupó la iglesia del mismo nombre y de la que, hasta ahora, sólo conocemos la portada, instalada a la entrada del Museo Provincial. Por otro lado mis tíos tenían la panadería en la plaza de Santo Domingo, mis padres se casaron en la iglesia de la Magdalena, o sea, que mi infancia transcurrió por esa zona y por la de mi abuela paterna, donde nací, en la calle Pescadería. Así que no tiene nada de extraño que la Judería me llame. Pero creo que hay algo más, mi interés por el mundo sefardí es otro de los motivos.


 
Y ahora cae en mis manos, ante mis ojos, este precioso y mimado libro con sabores también de mi infancia. Son 73 recetas, con unas preciosas fotos, de komidikas que también hacían mis abuelas. Los hornazos y ochíos que se cocían en el horno de mis tíos, pared con pared las casas. Y las berenjenas, los alcauciles, la alboronía, las habas, las tortas de aceite, las compotas, el codoñate, el pescado escabechado y la adafina, sobre todo la adafina, donde mi abuela materna cocía los huevos haminados que yo, hasta muy tarde, no entendí el aspecto marmóreo que presentaban. Y el olor de las especias que todavía, a día de hoy y muy lejos de Jaén, recuerdo en cuanto llegan a mí el olor de la canela, del clavo, la matalahúga, la albahaca y el hinojo. Y con el tiempo y la información, también comprendí el motivo por el que nunca se comía carne de cerdo en casa, el choto era la preferida, junto con el queso y la miel que el abuelo compraba a hombres que venían de La Mancha con sus blusones grises y la romana al hombro.


 
Todo eso me ha traído a la memoria esta exquisita publicación de un jiennense, Javier Zafra, que jugaba el el oppidum de Puente Tablas.

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-Los secretos de la gastronomía judeoespañola-


Acabo de recibir un pedido de la Librería Metrópoli, de Jaén, un lugar, como muchas, pero no todas, las librerías, mágico. Rápido, en apenas 24 horas, José Luis y María Jesús me han hecho llegar unos mapas y un libro impagable, Sabores de Sefarad, una muy cuidada edición de la Red de Juderías de España. Camino de Sefarad. El autor, Javier Zafra, es de Jaén; como se lee en la solapa “jugaba en las murallas del oppidum de Puente Tablas mientras imaginaba legiones romanas intentando asaltarlo”.


Cuando voy a Jaén, la Judería me atrae, es la primera zona a la que acudo. Lógico, por otro lado, ya que la primera casa que conocí de mis abuelos estaba en la calle San Miguel. Por cierto, mi amigo Juan Carlos Roldán, descendiente de otiñeros como yo, me dice que se van a intentar recuperar el espacio que ocupó la iglesia del mismo nombre y de la que, hasta ahora, sólo conocemos la portada, instalada a la entrada del Museo Provincial. Por otro lado mis tíos tenían la panadería en la plaza de Santo Domingo, mis padres se casaron en la iglesia de la Magdalena, o sea, que mi infancia transcurrió por esa zona y por la de mi abuela paterna, donde nací, en la calle Pescadería. Así que no tiene nada de extraño que la Judería me llame. Pero creo que hay algo más, mi interés por el mundo sefardí es otro de los motivos.


Y ahora cae en mis manos, ante mis ojos, este precioso y mimado libro con sabores también de mi infancia. Son 73 recetas, con unas preciosas fotos, de komidikas que también hacían mis abuelas. Los hornazos y ochíos que se cocían en el horno de mis tíos, pared con pared las casas. Y las berenjenas, los alcauciles, la alboronía, las habas, las tortas de aceite, las compotas, el codoñate, el pescado escabechado y la adafina, sobre todo la adafina, donde mi abuela materna cocía los huevos haminados que yo, hasta muy tarde, no entendí el aspecto marmóreo que presentaban. Y el olor de las especias que todavía, a día de hoy y muy lejos de Jaén, recuerdo en cuanto llegan a mí el olor de la canela, del clavo, la matalahúga, la albahaca y el hinojo. Y con el tiempo y la información, también comprendí el motivo por el que nunca se comía carne de cerdo en casa, el choto era la preferida, junto con el queso y la miel que el abuelo compraba a hombres que venían de La Mancha con sus blusones grises y la romana al hombro.


Todo eso me ha traído a la memoria esta exquisita publicación de un jiennense, Javier Zafra, que jugaba el el oppidum de Puente Tablas.

lunes, septiembre 14, 2020

El Maqui en Quesada

 (Vuelvo a colgar la entrada para que se pueda leer. Las fotos están en la anterior).

Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,

vencidos y grises mueren:

vienen con la edad de un siglo,

y son viejos cuando vienen.



Miguel Hernández



Hasta la fecha las pocas películas que se han rodado sobre el Maqui o los maquis han buscado los exteriores en el Norte de España. En cambio, cuando el tema ha sido de bandidos se han centrado en el Sur. Bien es cierto que los más famosos bandoleros se movieron por las sierras del sistema Bético, y las cordilleras Penibética y la Subbética, no en vano Carlos III fundó las Nuevas Poblaciones para tratar de controlar el problema. Las propias circunstancias físicas y geológicas que se dan en la región para el bandolerismo, se dan para el Maqui. La provincia de Jaén está cruzada y rodeada por altas sierras que proporcionan abrigos y cuevas, además de ser la provincia española con más castillos y fortalezas, y podría ser que de toda Europa. Se une a esta circunstancia el relevante hecho de que Jaén se mantuvo fiel a la República hasta el final de la contienda civil española. Eso suponía, una vez en el poder los rebeldes franquistas, que los jiennenses lo tenían francamente mal. Su destino era la cárcel, más dura cuanto más rojos, el paredón o las cunetas, o echarse al monte.


Eso hicieron muchos de ellos, con el apoyo de familiares, amigos y republicanos, ignorando el peligro que eso suponía. Los huidos, los maquis, los guerrilleros o luchadores antifranquistas creyeron por algún tiempo que la situación de España podría revertirse. Quienes hemos estudiado el tema a través de documentales, películas o publicaciones, hemos llegado a comprender que estos hombres lo eran de honor, aunque a veces se vieran obligados a cometer algún delito tipificado como tal en las leyes represivas de Franco.


En la novela “Volver a Aldea”, di vida literaria a un maqui, “Cencerro”, y le situé por alrededor de la sierra de la Pandera. Le socorrió un muchacho pastor de Otíñar, Jesús, quien de muy jovenzuelo presenció fusilamientos en las paredes del cementerio de San Eufrasio en la capital jiennense.


(...)


    • A ver, chavea, ¿Tú me ayudarías?

    • Sí, señor, lo que quiera.

    • ¿Y por qué?

    • Por que vi matar a muchos hombres en el cementerio y sé que eran de los suyos.

    • ¡Buen muchacho! ¿Pero sabes a lo que te expones?

    • Si lo hacemos bien, a nada. ¿Usted que querría?

    • ¿Conoces la cueva la Losa?

    • Sí, pero allí no podemos quedar.

    • ¿Por qué?

    • El otro día los civiles fueron allí. Como quinientos metros al levante hay una encina que no se puede abarcar con los dos brazos de un hombre grande...

    • Sí, la del ahorcao...

    • Hoy ya no puede ver lo que le voy a decir, es de noche, pero mañana se fija. En la parte del árbol que da al norte, rozando la tierra, verá una ramillas de la propia encina. Si sabe utilizar la navaja, busque y encontrará una rendija, se abrirá como una caja hueca.

    • ¿Pero tú qué guardas ahí?

    • Nada, un día me entretuve en hacer ese escondite, quise saber si podría disimularlo tanto que nunca nadie pudiera encontrarlo.

    • ¡Chaval me dejas parao! Bueno, pues yo te dejaré allí de vez en cuando un papel... ¿sabes leer?

    • Sí, señor, y hacer cuentas.

    • Pues miras y allí te pondré lo que necesitamos, lo dejas en ese sitio y ya está. Otra cosa, si ves algo raro, como lo que me has contado de los civiles, lo escribes y lo dejas allí. ¿Cómo te llamas?

    • Jesús, ¿y usted?

    • Cuanto menos sepas, mejor.

    • ¿Cuántos son?

    • Unos cuantos.

    • Usted es el Cencerro...

    • ¿Se habla por aquí del Cencerro?

    • Sí, el amo habla de ustedes.

    • ¿Y qué dice?

    • Uff, perrerías. Que son unos criminales, que tiene ganas de echarles el guante...

    • Bueno, quedamos en eso ¿de acuerdo?

    • De acuerdo.

    • Dame la mano, y ten muchísimo cuidado.

    • No se preocupe, los civiles me aprecian.

    • Mejor, mejor..., adiós chavea.

    • Adiós, señor Cencerro.

    • Ah! con el papelico te dejaremos dinero.

      (…)

En los primeros días de octubre de este año de 2020, unos historiadores se van a reunir para enseñarnos algo más de estos luchadores que, en su mayoría, encontraron la muerte. Y lo van a hacer en Quesada, magnifico pueblo de la Sierra de Cazorla. Fue en su término donde acabaron, en 1952, con Manuel Calderón Jiménez, “Cubano”, relevante maqui de la zona. Además, en Quesada nació Josefina Manresa, esposa y musa de Miguel Hernández, y ambos tienen aquí un centro dedicado a su memoria, que es, precisamente, el lugar elegido para las jornadas. Si Miguel Hernández no hubiera muerto, a los 32 años, en un hospital-cárcel franquista, tras serle conmutada la pena de muerte, con seguridad que hubiera huido al monte a luchar junto con sus compañeros.




Los maquis de la Sierra de Segura, en Quesada (Jaén)

 

Sangre que no se desborda,

juventud que no se atreve,

ni es sangre, ni es juventud,

ni relucen, ni florecen.

Cuerpos que nacen vencidos,

vencidos y grises mueren:

vienen con la edad de un siglo,

y son viejos cuando vienen.



Miguel Hernández



Hasta la fecha las pocas películas que se han rodado sobre el Maqui o los maquis han buscado los exteriores en el Norte de España. En cambio, cuando el tema ha sido de bandidos se han centrado en el Sur. Bien es cierto que los más famosos bandoleros se movieron por las sierras del sistema Bético, y las cordilleras Penibética y la Subbética, no en vano Carlos III fundó las Nuevas Poblaciones para tratar de controlar el problema. Las propias circunstancias físicas y geológicas que se dan en la región para el bandolerismo, se dan para el Maqui. La provincia de Jaén está cruzada y rodeada por altas sierras que proporcionan abrigos y cuevas, además de ser la provincia española con más castillos y fortalezas, y podría ser que de toda Europa. Se une a esta circunstancia el relevante hecho de que Jaén se mantuvo fiel a la República hasta el final de la contienda civil española. Eso suponía, una vez en el poder los rebeldes franquistas, que los jiennenses lo tenían francamente mal. Su destino era la cárcel, más dura cuanto más rojos, el paredón o las cunetas, o echarse al monte.


 


Eso hicieron muchos de ellos, con el apoyo de familiares, amigos y republicanos, ignorando el peligro que eso suponía. Los huidos, los maquis, los guerrilleros o luchadores antifranquistas creyeron por algún tiempo que la situación de España podría revertirse. Quienes hemos estudiado el tema a través de documentales, películas o publicaciones, hemos llegado a comprender que estos hombres lo eran de honor, aunque a veces se vieran obligados a cometer algún delito tipificado como tal en las leyes represivas de Franco.

                                    Quesada
 


En la novela “Volver a Aldea”, di vida literaria a un maqui, “Cencerro”, y le situé por alrededor de la sierra de la Pandera. Le socorrió un muchacho pastor de Otíñar, Jesús, quien de muy jovenzuelo presenció fusilamientos en las paredes del cementerio de San Eufrasio en la capital jiennense.


(...)


    • A ver, chavea, ¿Tú me ayudarías?

    • Sí, señor, lo que quiera.

    • ¿Y por qué?

    • Por que vi matar a muchos hombres en el cementerio y sé que eran de los suyos.

    • ¡Buen muchacho! ¿Pero sabes a lo que te expones?

    • Si lo hacemos bien, a nada. ¿Usted que querría?

    • ¿Conoces la cueva la Losa?

    • Sí, pero allí no podemos quedar.

    • ¿Por qué?

    • El otro día los civiles fueron allí. Como quinientos metros al levante hay una encina que no se puede abarcar con los dos brazos de un hombre grande...

    • Sí, la del ahorcao...

    • Hoy ya no puede ver lo que le voy a decir, es de noche, pero mañana se fija. En la parte del árbol que da al norte, rozando la tierra, verá una ramillas de la propia encina. Si sabe utilizar la navaja, busque y encontrará una rendija, se abrirá como una caja hueca.

    • ¿Pero tú qué guardas ahí?

    • Nada, un día me entretuve en hacer ese escondite, quise saber si podría disimularlo tanto que nunca nadie pudiera encontrarlo.

    • ¡Chaval me dejas parao! Bueno, pues yo te dejaré allí de vez en cuando un papel... ¿sabes leer?

    • Sí, señor, y hacer cuentas.

    • Pues miras y allí te pondré lo que necesitamos, lo dejas en ese sitio y ya está. Otra cosa, si ves algo raro, como lo que me has contado de los civiles, lo escribes y lo dejas allí. ¿Cómo te llamas?

    • Jesús, ¿y usted?

    • Cuanto menos sepas, mejor.

    • ¿Cuántos son?

    • Unos cuantos.

    • Usted es el Cencerro...

    • ¿Se habla por aquí del Cencerro?

    • Sí, el amo habla de ustedes.

    • ¿Y qué dice?

    • Uff, perrerías. Que son unos criminales, que tiene ganas de echarles el guante...

    • Bueno, quedamos en eso ¿de acuerdo?

    • De acuerdo.

    • Dame la mano, y ten muchísimo cuidado.

    • No se preocupe, los civiles me aprecian.

    • Mejor, mejor..., adiós chavea.

    • Adiós, señor Cencerro.

    • Ah! con el papelico te dejaremos dinero.

      (…)


                         Paraje de Otíñar. (Sierra Sur, Jaén)

En los primeros días de octubre de este año de 2020, unos historiadores se van a reunir para enseñarnos algo más de estos luchadores que, en su mayoría, encontraron la muerte. Y lo van a hacer en Quesada, magnifico pueblo de la Sierra de Cazorla. Fue en su término donde acabaron, en 1952, con Manuel Calderón Jiménez, “Cubano”, relevante maqui de la zona. Además, en Quesada nació Josefina Manresa, esposa y musa de Miguel Hernández, y ambos tienen aquí un centro dedicado a su memoria, que es, precisamente, el lugar elegido para las jornadas. Si Miguel Hernández no hubiera muerto, a los 32 años, en un hospital-cárcel franquista, tras serle conmutada la pena de muerte, con seguridad que hubiera huido al monte a luchar junto con sus compañeros.




sábado, noviembre 30, 2019

Santiago y el azafrán Carmencita



A mi amigo Juan Carlos Roldán que me contó esta historia paseando por la Judería



Santiago era un muchacho de Jaén, que vivía cerca de la plaza de los Caños, en la Judería de la ciudad, por donde paseó el rabino Sabetay D´jaen, sefardí internacional, aunque eso él no lo supiera. La fuente de los Caños es uno más de los magníficos monumentos que se pueden encontrar en la ciudad de Jaén por donde el agua mana sin cesar gracias a su situación, rodeada de sierras como Jabalcuz y la Pandera, de la cordillera Subbética. Un festival de agua que ya ponderara Carlos III, “padre de sus pueblos”. Pero eso, por aquellos años, no le interesaba al muchacho.

Al chaval lo que verdaderamente le interesaba era completar la colección de cromos de futbolistas que venían en el interior de los sobres de azafrán “Carmencita”, unas carteritas de papel que se rellenaban con el azafrán de Alicante y llegaban a toda España. Era difícil conseguir los cromos porque el azafrán era caro y las madres lo escatimaban. Todos los chicos estaban en la misma situación, así que también era difícil el intercambio.

Santiago ahorraba cada propinilla que le daban, poca, y a veces extraviaba algo cuando iba a hacer los recados de la casa. Contaba las monedas una y otra vez, miraba los cromos, Gonzalo II del Sabadell, Pérez del Castellón, Riera del Atlético Aviacion (de ese tenía tres por la tarde trataría de cambiarlos), Antón del Oviedo, Gorostiza del Valencia (dos, lo cambiaría con Blas que le faltaba), pero Raich del Barcelona no le salía a nadie, y le faltaban tantos... El magnífico regalo que anunciaba la empresa y que exponían en algunos comercios de la localidad, era un balón, un hermoso balón, que podría sustituir las vejigas de los cerdos infladas y recosidas.

¿Qué hacer? Tenía un TBO de Jaimito que no le hacía mucha gracia. Andrés se lo había querido comprar muchas veces, pero no se llevaba con él muy bien. En la Escuela le dijo que se lo vendía. Andrés le propuso cambiárselo por cromos, pero Santiago le dijo que quería dinero. Sólo consiguió, regateando mucho, una peseta. Llegó a casa, lo juntó con lo suyo, le pidió a su madre unas perras gordas y subió la cuesta hasta la tienda de María. ¿Cuántos sobres de azafrán me da por este dinero? El chico sólo movía la cabeza a cada pregunta de la mujer, cogió los sobres y salió corriendo. Se sentó en la fuente de los Caños, los fue abriendo y...¡Raich, del Barcelona! Alguno más que no tenía le salió también. Se miró las manos y estaban amarillas. ¿Qué hacer con el azafrán? Sin pensárselo dos veces lo lanzó al agua de la fuente y marchó corriendo.

No habría pasado ni una hora cuando el agua de la fuente de los Caños mostraba un color amarillo. La de los rebosaderos había descendido hasta la fuente del Arrabalero y también estaba amarilla. Avisados los técnicos del Ayuntamiento se presentaron en ambas, cogieron muestras, se formó un gran revuelo, pensaban en amenazas de epidemias, hasta que una vecina de Santiago pasó por allí y les dijo, qué epidemias, ni qué leches, ha sido el Santiago, el muchacho de ahí en frente. La madre sólo le dijo: podías haberme traído el azafrán, que cuesta caro.

viernes, noviembre 29, 2019

La represión franquista Mujeres republicanas en Jaén




Con motivo de mi última visita a Jaén, mi lugar de nacimiento, siempre anhelado, un muy querido amigo, Juan Carlos Roldán (además de familia en no sé qué grado, pero seguro que tenemos una tatarabuela común, por nuestra condición de descendientes de otiñeros), me regaló dos libros de los que me gustan y con temas sobre los que trabajo en Soria, la represión franquista. Comíamos exquisiteces en el restaurante Dama Juana, con Eva, su mujer, y Juan Carlos hijo, una semana antes de que obtuviera la Estrella Michelín, cuando me fijé en el nombre de la autora de Mujeres Republicanas en Jaén: Carmen Rueda Parras. Le hice unas cuantas preguntas a Juan Carlos y sí, era ella, Carmina, la hija de Pepe y Conchita, a quien nosotras llamábamos tíos. La última vez que nos vimos fue en Tona (Barcelona), en casa de su tía Loli, cuando Carmina empezaba su relación con quien más tarde sería su marido. De eso hace más de cincuenta años. Otra vez la infancia, otra vez los recuerdos...

Carmen Rueda Parras es maestra, historiadora, investigadora y miembro del Seminario Mujer, Ciencia y Sociedad de la Universidad de Jaén. Son varios sus libros publicados. Concretamente Mujeres republicanas en Jaén, está editado por Madara Editoras, este año de 2019, con el apoyo de la Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica y por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía.

El Monasterio de Santa Clara en la actualidad

La publicación se divide en tres partes más una de anexos. En los expedientes de las mujeres represaliadas en Jaén aparecen por orden alfabético. Tienen en común, además de la ideología, que la mayoría son viudas, de lo que se deduce que los compañeros o bien habían muerto en el frente, o ya habían sido fusilados. También la mayoría son analfabetas y con oficios humildes: las más jóvenes sirvientas, de otras afirman en los expedientes su oficio de prostitutas, sus labores (su sexo), vendedoras de verduras, lavanderas, capacheras y algunas panaderas. Las edades de estas mujeres oscilan entre los 17 y los 80 años, esta última falleció en la cárcel de Santa Clara, donde se mantenían presas a casi todas, aunque algunas también fueron recluidas en el convento de Santa Úrsula.

¿Por qué fueron represaliadas estas mujeres? Pertenecer a la UGT o alguna otra actividad u organización relacionada con los años ilusionantes de la II República. Pero en otros casos los cargos eran insultos a la autoridad, gritar porque le matan al marido, por la delación de unos vecinos que escucharon al pasar por una ventana los lamentos de una madre por tener a sus tres hijos condenados a muerte... Las autoridades militares, una vez acabada la guerra, actuaban igual en toda España. En Soria llegaron a acusar a una mujer de haber envenenado al gobernador militar, quien falleció en el hospital a causa de una septicemia por herida de brazo en un accidente. El caso es que algunas de estas mujeres de Jaén fueron ejecutadas o morían en la cárcel. Especialmente sangrante fue la ejecución de Dolores García Negrete, esposa del médico y presidente de la Diputación de Jaén, Federico Castillo Extremera, madre de 14 hijos, viuda, en este caso por haber fallecido el doctor Castillo a causa de un cáncer. Fue asesinada, como tantos otros, en el cementerio de San Eufrasio, a los 53 años.

 En las tapias del viejo cementerio de San Eufrasio se asesinaron a muchas jiennenses

Frente a los datos estadísticos, Carmen Rueda, en Anexos, da el toque más humano a toda esta historia -historias- de sangre y dolor. Son retazos de entrevistas a mujeres represaliadas, o el sobrecogedor relato de la muerte de Milagros Montañés Martos, “La Perejila”, o las fotos de quienes han sobrevivido y, muy especialmente, la carta que el padre de Isabel Burgos le dirige a su hija, cuando está esperando que le asesinen.

Por mucho que se escriba sobre el tema de la Guerra Civil, nunca será demasiado. Es necesario conocer con todo detalle lo que se ocultó, lo que se falseó, no sólo durante tres años, si no durante todo el franquismo.
Gracias Carmina.




lunes, abril 15, 2019

Diversos actos para reivindicar la III República

Diversos actos para reivindicar la III República

Fotos: Recuerdo y Dignidad. Manolo Madrid. Isabel Goig

Domingo, 14 de abril de 2019, la Asociación para la Memoria Histórica “Recuerdo y Dignidad” y el Ateneo “Mónico Vicente”, organizaron unos actos para recordar el día que se proclamó la II República Española y reivindicar la llegada de la III. Hay que destacar, con satisfacción, la implicación de jóvenes, tanto en la Asociación “Recuerdo y Dignidad”, como en los diferentes actos. Una semilla que los no tan jóvenes han ido sembrando y van dando su fruto. No se puede decir otro tanto de algunos grupos de edad más avanzada que, habiendo vivido pérdidas familiares durante la guerra, un duro franquismo y un casi acomodaticio reinado borbónico, no se sienten identificados con este tipo de actos. También aquí tiene algo que decir el problema de la despoblación. Muchos de esos descendientes se marcharon nada más finalizar la guerra, no pocos de ellos a Cataluña, ese país ahora tan denostado en algunos ámbitos.

 

En la plaza de San Clemente, el profesor Carmelo Romero repasó la historia de este país a lo largo del siglo XIX y XX, dejando claro que rem tene verba sequentur. Finalizó, como todos los actos, con un ¡Viva la República! Una paella solidaria completó el acto mañanero. Por cierto, Nica, exquisita.



Por la tarde, en las escalinatas del actual edificio del Ayuntamiento, cerca del que fuera protagonista en 1931, algunos actores del grupo de teatro de la Bo-eme escenificaron la proclamación de la República en Soria, leyendo las actas de aquellos días, del 14 al 16 de abril. Entre los nombres de quienes izaron la bandera republicana, estaba el del doctor Gaya Tovar, asesinado en agosto de 1936 y cuyos restos, hasta la fecha y pese a haber sido buscados, ha sido imposible recuperar. Otros, sufrieron cárcel y responsabilidades políticas. Como anécdota decir que el acto estuvo bendecido con todos los pendones de las cofradías de la Semana Santa, que colgaban de los balcones del Ayuntamiento.




Después, una manifestación recorrió las calles del centro de Soria hasta la plaza del Vergel, donde el Ateneo Mónico Vicente organizó, como desde hace doce años, un homenaje a Antonio Machado, como representante de todo el republicanismo soriano y español. Antes de que se encargara el Ateneo, y desde 1998, era Izquierda Unida, que ahora también participa, la encargada del acto. Con la entrega floral y lecturas de poemas, finalizó la celebración de la República, a la espera de festejar la Tercera. 

 

martes, septiembre 18, 2018

Otíñar, un pueblo con amo

Foto Agustín Muñoz. Diario de Jaén


Dentro de siete años se cumplirán doscientos de la fundación de Otíñar (los colonos y descendientes decimos Otiña), o Santa Cristina. Tal vez, con el corazón puesto en esa efeméride, se ha rodado la película documental “Otíñar, un pueblo con amo”. Tres pases en dos días, más los que se irán sucediendo, en un salón lleno -el del recién inaugurado Museo Ibero-, da idea del poder de evocación que el topónimo “Otíñar” tiene para los pocos colonos que todavía viven y los muchos descendientes que crecen sin parar.

Los documentos son fríos, pero tozudos, no tienen alma y el investigador debe contener su necesidad de otorgársela. Tampoco debe leer y transcribir esos documentos ni con la mirada actual, ni con la suya propia. Cuando el rey Fernando VII, de infausta memoria (a día de hoy y durante toda la Historia), capaz de celebrar los triunfos del francés en su propia patria arrebatada, dio en señorío unas tierras, pululaban por buena parte de Andalucía bandidos a quienes hoy daríamos otro apelativo más justo. Unos bandoleros que el propio rey había creado con su política. Por aquellos años, no lo olvidemos, el rey no sólo reinaba, era una monarquía absolutista. Y, tal vez lo más importante, fueron años en que los españoles (muchos de ellos, la mayoría) gritaban “¡Vivan las cadenas!”, o “las caenas”, posicionándose así en contra de la Constitución de 1812. Por aquellos años no existía más Justicia que aquella que el rey estuviera dispuesto a otorgar. En ese caldo de cultivo se concedió la baronía de Otíñar.


Dicen que el rey Fernando VII agradaba al pueblo español porque era castizo, de vez en cuando se acordaba de los pobres, tocaba bien la guitarra, aunque en materia de gobernación fuese un desastre, algo que al pueblo llano le importaba más bien poco. Se casó cuatro veces, la última con su sobrina carnal, hija de su hermana, veinte años más joven que él, una princesita que le sobrevivió cuarenta y cinco años y quien, en cuanto que un alabardero le ofreció un pañuelo donde recoger sus reales secreciones nasales, se aferró a él y procreó bastantes Muñoz Borbón, o Rianzares, título que concedió a su segundo marido. Juerguista el rey Fernando, se hizo amigo del primer señor de Otíñar o Santa Cristina, de quien se dice blanqueaba los dineros de un bandolero, cuyo retorno (si es que se habían ido) propició el rey Fernando con su política y los Cien mil hijos de San Luis llegados de Francia a sustituir al ejército del que el rey no se fiaba ni un pelo. Este hecho lo recoge Antero Jiménez Antonio en su novela, basada en hechos reales, “La maldición del corregidor”, que trata sobre los Botija, naturales de Torredelcampo. Parece ser que Jacinto Cañada y Rojo era amigo de este grupo de bandoleros, o proscritos, y en algún momento les facilitó cobijo en Otíñar: “Don Jacinto los ocultó todo el tiempo que pudo y mis hermanos se sintieron como en casa propia, e incluso pudieron ir varias veces a escondidas a Torredelcampo”. Parece ser que el algún momento de la historia de los Botijas, según narra Antero Jiménez, los pueblos de la Sierra Sur de Jaén estuvieron enseñoreados por ellos: “Además de los pueblos ya citados, desde la Pandera a Otíñar, desde Jabalcuz hasta los Morteros, y desde allí hasta Martos, la cismática banda del menor de los Botijas imponía su ley”.


Ubiquemos Otíñar. Jaén es una provincia marcada por las sierras de la Subbética y prebética, escarpadas y con abundantes almacenes de agua, que propician el nacimiento de varios ríos, los más importantes el Guadalquivir y el Segura. Míticas suenan a los oídos Sierra Morena, Despeñaperros, Cazorla, Segura, Mágina, Jabalcuz y la Sierra Sur, entre otras, donde se ubica Otíñar. La quinta parte del territorio de Jaén cuenta con protección: el Parque Natural de la sierra de Cazorla, Segura y Las Villas es el más extenso, y a él se le unen otros como el Parque Natural de la Sierra de Andújar, o el de Despeñaperros, y rodeando la propia capital el Periurbano de Santa Catalina. Sabido es que los antiguos pobladores se instalaban en lugares donde abundara el agua, por consiguiente la caza y, muy importante, donde pudieran protegerse de otras tribus. En Jaén no había necesidad de construir murallas, salvo en los pueblos de la campiña. Por eso abundan las pinturas rupestres y los abrigos rocosos en un territorio de íberos, el de los oretanos, cuyo significado, precisamente, es montañeses. Por la provincia de Jaén han pasado todos los pueblos, todas las civilizaciones: cartagineses, romanos, almorávides, almohades y castellanos. 

 

Otíñar es un compendio de todo lo anterior. La Sierra Sur, el río Quiebrajano, pinturas rupestres, el abrigo del Toril con inscripciones, paredes que rezuman agua como el Covarrón, dolmen, calzada romana, camino medieval, castillo protector de ese camino. Ahí, en ese espacio mágico, cerca del castillo de Otíñar, que vigilaba el paso de Jaén a Granada y protegía una aldea medieval, en unos terrenos que pasados los años se ha demostrado no le pertenecía ni al primer señor, ni al rey, allí, rodeado de nombres pensados para la poesía, de riquezas históricas, de pinturas rupestres y petroglifos, el señor edificó unas casas, parceló un terreno, y como Dios en la creación, dio a cada familia lo que pensó era conveniente para la subsistencia. Ya Carlos III lo había hecho en las Nuevas Poblaciones, hizo llegar a gentes de centro Europa. El primer señor, Cañada de apellido, no fue tan lejos. El rey le había concedido una baronía, la de Otíñar, que no se mantuvo, tal vez porque los descendientes nunca pagaron el impuesto de la media annata, indispensable para suceder en el título. En este entorno tocado por todos los dioses que el hombre sea capaz de adorar, está rodada en buena parte la película “Otíñar, un pueblo con amo”.


Existe un informe demoledor, firmado en 1831 por Juan Gabriel de Bonilla, donde acusa al primer barón de aprovecharse de los terrenos para hacer una empresa lucrativa cuando, en la esencia de la nueva población está, precisamente, el hecho de que le sea dispendiosa y procure ventajas al Estado. Y tan lucrativa, que quemó el monte para extraer madera y elaborar carbón y arrendó los pastos por un precio superior al interés del canon. Con ser todo muy curioso, además de previsible desde la óptica actual, llama especialmente la atención el que entre las condiciones para la fundación de la aldea de Otíñar estuviera la de creación de la Casa-Concejo. Si todo era privado, si existía un amo en aquellas tierras, no se entiende que se le obligue a tener Concejo. El Concejo o la Casa Consistorial era el lugar donde se reunían los concejales para solucionar los problemas del pueblo o la villa. Existían (y en algunos pueblos de Castilla todavía existen) los Concejos abiertos, donde se convocan a todos los vecinos y no sólo a los representantes. Lo de Casa-Concejo en Otiña tiene todos los visos de tratarse de una ironía, o no, ya que finalmente la Casa-Concejo debió servir de residencia a los amos, los auténticos alcaldes in pectore.

Naturalmente y nada más fundar la aldea, fue necesario habilitar un espacio para cementerio. Allí, serían enterrados los colonos, en la tierra. Creo que es la mejor forma de ser enterrado, confundidos con la tierra madre, abonándola, haciendo que de los restos mortales surja de nuevo vida. Y también fueron entregados a la tierra los señores. De los colonos no podemos encontrar ahora ni un trozo de la cruz de madera, o de hierro, que colocaran allí los deudos. Nada para el recuerdo. De los señores sí, todavía, en forma de mausoleo sencillo, unas placas con el nombre de algunos de ellos, se conservan a la izquierda de la entrada. 
 

Jacinto Cañada cambió varias veces su testamento legando la aldea a una u otra sobrina y, en el primero, a su hermana. Era el año 1834 y la encarece a “... que proteja a aquellos infelices colonos que con el sudor de su frente están contribuyendo a su mayor prosperidad y grandeza”. Diez años después, al testar a favor de su sobrina María Juana Nieto y Cañada, repite que se proteja a los colonos y le encarga “...que a los rotureros de La Parrilla se les cumpla religiosamente sus contratos continuándolos en ellos si no dieran motivos fundados para revocarlos”.

Durante décadas vivirían los otiñeros una vida todo lo feliz que es deseable, con alegrías y duelos, sin adivinar lo que se les venía encima. Son los recuerdos que iluminan los ojos de colonos y descendientes en “Otíñar, un pueblo con amo”, mientras que, a partir de 1939, el sufrimiento toma el relevo en las miradas. Esos años son los que me transmitió mi madre, de los otros nunca habló. Durante la República, Otíñar llegó a tener 350 habitantes y escuela. Pero en aquel lugar entre riscos y agua, tan bien mostrado en la película, con tanta maestría expuesto, aquel paraíso natural, como en cualquier pueblo de España, por perdido que estuviera, la guerra se notó de forma terrible, hubo allí, como en todos los lugares, represión. Cuando se rebelaron los fascistas, el gobierno de la República acuerda la expropiación, sin indemnización, de las fincas propiedad de los rebeldes a favor de los colonos arrendatarios, que explotan la finca de forma colectiva. Fue en octubre de 1936 cuando Antonio Rueda Muñiz se encarga de cumplir la orden de Vicente Uribe, subsecretario de Agricultura. Parece ser que todo fue bien durante esos años. Los otiñeros, desde que en el primer tercio del siglo XIX se instalaron allí, tenían poco que envidiarse entre ellos. Se envidia lo que se ve y no se posee, pero en Otíñar eran todos más o menos iguales. Lo que veía uno lo veía el resto y como el agua, los riscos y la vegetación no se pueden poseer, sólo contemplar, ellos los contemplaban juntos. La colectivización debió suponer un bien añadido.


Mientras, las noticias de que Rodríguez de Cueto, capitán de la Guardia de Asalto de Jaén, el dueño entonces de Otíñar por matrimonio con María del Dulce Nombre Martínez, ferviente partidario de la sublevación, estaba en la toma de la Virgen de la Cabeza, les llegaría en forma de rumor. Tal vez ni se enteraron de que en plena guerra, en julio de 1937, don José asistía a una conferencia que dieron a Flechas y Pelayos en el palacio de Carlos V, en una Granada ya conquistada y libre del dramaturgo y poeta Federico García Lorca. Como el hecho de que el gran poeta Miguel Hernández se encontraba en Jaén, en un palacio de la calle Llana, responsable cultural del frente Sur, y también durante un tiempo en el mismo santuario que el señor.

Dicen que la alegría en casa del pobre dura muy poco. Que yo sepa, ningún latifundista, ningún rico, ningún cacique, se ha conformado cuando la suerte le ha sido adversa. También a Otíñar llegó la rebaja. Existe un informe presentado por Juan Carlos Roldán, en nombre de la Plataforma ciudadana “Por Otíñar y su entorno”, enviado a la Dirección General de Memoria Democrática de la Consejería de Cultura. Se trata de un relato de los hechos acaecidos en la aldea durante la guerra. Este informe ha sido contestado por el cronista de Jamilena, quien tiene entre sus referencias a un fraile y a un voluntario de la División Azul, además de ser familia política de quienes en la actualidad poseen parte de la finca de Otíñar.

Para unos, los años de guerra, preludio de lo que vendría después, no serían más que unos tiempos de incertidumbre y dolor, aunque con la convicción de que las cosas no iban a cambiar demasiado. En Otíñar las noticias llegarían tarde, sesgadas y tal vez matizadas. Para otros, implicados en la colectivización de la tierra, que fue un mandato del gobierno legalmente constituido de la II República Española, contra el cual, aunque hubieran querido, hada hubieran podido hacer, las cosas irían por otros derroteros. Y digo que fue un mandato de la República, porque en la Gaceta de Madrid nº 282, de 8 de octubre de 1936, se publica un decreto del Ministerio de Agricultura, firmado por Vicente Uribe, a la sazón ministro donde, textualmente, se decreta en su artículo 1º: “Se acuerda la expropiación sin indemnización y a favor del Estado de las fincas rústicas, cualesquiera que sea su extensión y aprovechamiento, pertenecientes el 18 de julio de 1936 a las personas naturales o sus cónyuges y a las jurídicas que hayan intervenido de manera directa o indirecta en el movimiento insurreccional contra la república”. 
 

Y llegó la hora de la venganza. Volvieron las primicias feudales a la calle Espiga, el reclamo de la deuda contraída en los meses de la colectivización, el envío de militares para acojonar a los colonos, los fusilamientos fingidos tan queridos por los fascistas en toda España, el cambio de tierras para desvincularles de ellas, la huida lenta con los escasos avíos hacia la capital, la llegada de mano de obra de otros lugares que los otiñeros verían como el golpe final, la entrega del poder a manos de un hijo que veía en los colonos esclavos (¿conocían sus padres el carácter del hijo y lo hicieron a propósito?). Hasta el final, tanto, que las tumbas de los habitantes de Otíñar han sido profanadas y arrasadas.

Esta conmovedora película documental ha sido, dirigida por José Tudela, la encargada de dar voz a colonos y descendientes. Recreada entre los límites de la Bríncola, Carboneros, Cimbra, Cañada de las Azadillas (Cañá l'Azadilla), en el habla otiñera, el castillo, el viejo camino a Granada, los paisajes magníficos, dignos de templos naturales (como lo son en algún caso), se van interrumpiendo por las conteras de las personas que, a día de hoy, todavía no han superado la expulsión del paraíso, de una tierra que, como bien dice el antropólogo social José Luis Anta, sustenta al hombre, por lo que es imposible desvincularle de ella. Como dice el juez Garzón, “el olvido no puede ser ni impuesto ni inducido”. Hablan con lágrimas en los ojos, algunos sin poder reprimir el llanto. Recuerdan la bondad de la tierra y la maldad del amo y pasan de un instante de felicidad recordando la vida en las vegas, en los pobres hogares, pero suyos, a un largo y amargo recuerdo, tanto como el camino que desde Otíñar va a Jaén, muchos a vivir a la Alcantarilla, porque desde ahí ven los montes otiñeros. Hablan del señorito que mataba las gallinas, del suicidio de Matías y la negativa a descolgarlo del olivo, del empujón en la sierra que le costó cuatro dedos a uno de ellos. Juan Roldán cuenta cómo con sus propias herramientas le destrozaron los árboles frutales: “Que se lleven la tierra de arriba, la de abajo será siempre mía”. 

 

En el epílogo, la esperanza. Las instituciones jiennenses, con el Ayuntamiento al frente, por unanimidad, aprueban la defensa y recuperación de la parte pública del poblado, especialmente de los caminos. Las lágrimas de Juan y Juan Carlos Roldán, al final del pleno, fundidos en un abrazo, lo dicen todo. Pero a día de hoy, los propietarios siguen controlando el acceso a los caminos.

Será por ser descendiente de esa tierra por lo que “Otíñar, un pueblo con amo”, me ha parecido una de las mejores películas documental que he visto en mi vida. Para mí la mejor, desde luego. He reconocido en todos y cada uno de los que recordaban, a todos y cada uno de los muchos asistentes a los pases, los rasgos de mi familia. Les he abrazado como abrazaría a mis abuelos, como abrazamos los andaluces.

Por orden de aparición:
Luis Garrido, profesor de la Universidad de Jaén. José Luis Anta, antropólogo social. María Sutil, colona. José Sutil, colono. Juan Roldán, colono. Rosario Buitrago, colona. Dolores Buitrago, colona. Cándido Zafra, colono. Isabel Goig, descendiente. Baltasar Garzón, juez, nacido en La Torre (Jaén). Salvador Cruz, historiador de la Universidad de Jaén. José Parras, colono. Angelines Soler, colona. José Chica, colono. Ramón Sutil, el último colono. Francisco Roldán, colono. Teresa Quesada, descendiente.
Mención aparte para Juan Carlos Roldán, alma de este proyecto y de todos cuantos se llevan a cabo para y por Otíñar.

Dirección: José Tudela. Producción: Cuatromedia. Soluciones Audiovisuales. Guion: Juan Luis Sotés, Juan Armenteros. Redacción: Juan Luis Sotés, Concha Araujo, Juan Armenteros. Locución: Jordi Boixaderas. Fotografía y edición: José Tudela. Grafismos: Juanjo Morón. Postproducción y animación: Pedro A. Tudela. Ayudante de producción: Laura Gavilán. Sonorización: José Pérez-Sonoarte. Foto fija: Laura Gavilán. Operador de dron: Fernando Bueno. Arqueólogo y localización: Manuel Serrano Araque. Ayudantes de dirección: Pedro A. Tudela, Laura Gavilán. Archivo: Archivo.org.

Agradecimientos: Asociación para la recuperación de la Memoria Histórica en Jaén. Junta de Andalucía. Diputación Provincial de Jaén. Instituto de Estudios Giennenses. Archivo Histórico Provincial. Asociación Iniciativas Andamios para Ideas. Universidad de Jaén. Juan Carlos Roldán. Miguel Ángel Valdivia. Manuel Serrano Araque. Narciso Zafra. Félix Sutil. Gabriel Gámez. Baltasar Garzón. Marcos Gutiérrez. Manuel Fernández Palomino. Rafa Rus. Francisco Roldán. Ana María Cánovas. Y yo añado el de Concha Choclán, directora del Museo Íbero, por poner todo el empeño en que el segundo día se pudieran hacer dos pases seguidos.

Una producción de Cuatromedia Soluciones Audiovisuales.